miércoles, 19 de febrero de 2014

Las Rosas de Hércules


Bajo las rubias ondas del estío inclemente,
por apacibles cuencas y huyentes peñascales,
Hércules recorría las tierras de Occidente.
Tomás Morales

Así comienza el Canto Inaugural de las Rosas de Hércules de nuestro sonoro poeta Tomás Morales Castellano, para la mayor gloria de las Islas Afortunadas y del Cosmos. En el prólogo de la segunda edición de "Las  Rosas de Hércules" -ejemplar numerado y nominado a mi padre que siempre tuve a mano en la estantería de casa por la profunda admiración que le profesaba mi madre al gran poeta modernista-, el critico literario Enrique Díez-Canedo afirma: "Su vida misma  era como un don de la Poesía: había encontrado en su esposa el amor y el estímulo; sentíase renacer en sus hijos aún tiernos. Ya todo eso se acabó. Sin embargo, al morir Tomás Morales, pudo decirse de él lo que no es posible afirmar de muchos hombres: fue feliz y supo que lo era."



Con la publicación de dicha obra, el Museo Canario reconocía que la figura de Tomás Morales rebasa el ámbito estrictamente insular. Aunque se inscriba en la órbita de Rubén Darío, máximo dios de la época, la obra de Morales alcanza un nivel alto y señero. Hoy vuelvo al poemario con el fin de sumarme a la iniciativa del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria de nombrarle hijo predilecto a título póstumo, y por otro lado reforzado por la película "Hercules" de Renny Harlin, que se proyecta actualmente en la mayoría de los cines.
Mi primera curiosidad era averiguar la relación que me unía al médico-poeta en nuestra admiración  por "Heracles", hijo de Alcmena, la reina tebana que dirigió sus suplicas a los dioses para liberar a su pueblo de la tiranía de su esposo Anfitrión, y fruto de sus plegarias nació  "Alcides", engendrado con el mismísimo Zeus, padre de los dioses y los hombres.



Claro está, que sería inabordable en este artículo siquiera un resumen de la fascinante y atrayente leyenda que nació en 1200 a. C. en la Antigua Grecia, la cual hemos heredado de la mitología griega y romana, y tratada en otras muchas culturas. Por ello concentraré el foco tan sólo en uno de los doce trabajos de Hércules dispuestos por Euristeo en el Oráculo de Delfos, para redimirle de la furiosa locura que condujo a Heracles matar a su esposa Megara e hijos con sus propias manos, provocado por la malévola Heras para vengarse de la infidelidad de Zeus. Al despertar y descubrir los terribles actos que había cometido, sintió un terrible dolor, y avergonzado, procedió a la ejecución de los trabajos impuestos:
Matar al León de Nemea y despojarle de su piel.
Matar a la Hidra de Lerna.
Capturar a la Cierva de Cerinea.
Capturar al Jabalí de Erimanto.
Limpiar los establos de Augías en un sólo día.
Matar a los Pájaros del Estínfalo.
Capturar al Toro de Creta.
Robar las Yeguas de Diomedes.
Robar el cinturón de Hipólita.
Robar el ganado de Gerión.
Robar las manzanas del jardín de las Hespérides
Capturar a Cerbero y sacarlo de los infiernos.

Todas fabulosas historias dignas para tratarlas y disfrutarlas, pero por el escaso tiempo que poseo me quedó aquí, en las Islas Canarias,  -en la antigüedad conocida como el Jardín de las Hespérides o Islas Afortunadas-, donde vivían las ninfas Hespérides, hijas de Atlas, el titán que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros la Tierra; donde Hércules debía robar las  manzanas de oro que daban sus árboles para recuperar el trono que le había usurpado Euristeo con la ayuda de Heras; y donde vio la luz el poema "Las Rosas de Hércules", de Tomás Morales.
Después de muchas aventuras por el norte de África, más allá de los límites de las Torres de Hércules llega finalmente el mito al Jardín de las Hespérides. Este jardín pertenece a Hera y a las hijas de Atlas. El tesoro está guardado por un dragón con cien cabezas que jamás duerme. Cuando Hércules llega al jardín, mata con una flecha al dragón. Tras lo cual pide a  Atlas  que le ayudé porque él no llega para coger las manzanas de oro. Entonces Atlas coloca el mundo sobre los hombros de Hércules y se apropia de las manzanas. Al volver, Atlas dichoso de su libertad, decidió no aceptar el sujetar los cielos de nuevo, y en vez de eso se ofreció a llevar las manzanas a Euristeo él mismo, pero Heracles volvió a engañarlo aceptando quedarse en el lugar de Atlas, con la única condición de que éste sujetase el cielo un momento para que el héroe pudiera ponerse su capa más cómodamente. Atlas accedió, y entonces Heracles adquiere la eterna juventud gracias a las manzanas de oro, siéndole posible abandonar el mundo y elevarse al Olimpo.



Así cantó el poeta el éxito de la gesta:

Serenidad...  Triunfaba del horizonte abierto,
de nuevo, el Sol magnífico; y, en el silencio, daba,
más estridente ahora, su pertinaz concierto
la cigarra sonora, y el Cosmos caldeaba
en su crisol el vasto designio de las cosas...
¡Frente al joven dormido, el claro mar, sonaba!

Tal, olvidando, un punto, las gestas azarosas
-crepuscular paréntesis en las heroicas lides-,
bajo un cielo Lacio y en un lecho de rosas,
soñó su primer sueño de amor el gran Alcides...
Tomás Morales

Estas manzanas han dado para mucho, para unos  son las mismas «manzanas de dicha» que tentaron a Atalanta, y según otros, una de ellas era la «manzana de la discordia» usada por Eris como premio en un concurso de belleza en el Olimpo y provocaría la Guerra de Troya. Las doce tareas que Hércules recibe de manos de Euristeo se relacionan con las doce esferas de influencia del zodiaco, con los poderes del campo de vida dialéctico en que la humanidad evoluciona. Con cada una de las victorias,  Hércules devuelve a su lugar lo vencido en el zodiaco, ya que los hombres están gobernados por las radiaciones de los planetas, de las estrellas, y de sus constelaciones, de manera individual y colectiva. Triunfando en estas pericias sobre las fuerzas del zodiaco y volviéndolas a su lugar, Hércules ha triunfado sobre la naturaleza interior y se abrió un camino hacia el Olimpo. Muere por medio del fuego, con su piel de león y su garrote. Su mujer Deyanira le dio la túnica empapada en la sangre del centauro Neso, creyendo que actuaría como un poderoso filtro de amor, cuando en realidad era un veneno que se pegó a su piel y quemó sus miembros. Mientras mantiene una lucha mortal, se construye una pira funeraria a la que se arroja voluntariamente para desembarazarse de su envoltura terrestre.
En el Olimpo, Zeus se regocija y anuncia: "Lo que en Hércules era inmortal ha sido liberado ahora de la muerte. Pronto lo acogeré en este lugar bendito."
¿Pero que vio Tomás Morales en Hércules? ¿Qué significó para él? No lo sé ciertamente, más creo que el poeta con la gnosis adquirida de la antigua mitología, tejió un vestido de oro, un vestido astral de un magnífico color dorado que hizo desaparecer el azul del ser terrenal. Morales se convierte en un Hércules, el más célebre de los héroes por excelencia, el paradigma de la virilidad y el adalid del orden olímpico. Su extraordinaria fuerza, el coraje, el orgullo, un cierto candor y un formidable vigor sexual, son sus principales atributos. Hércules no dejará de recordarle simbólicamente al océano que ama Tomás Morales con toda su alma, al bravo y majestuoso Atlántico. Igual que a  Hércules se le considera el ancestro de los Reyes de Esparta, Tomás Morales -valga la comparación-, sería y es para los isleños la viva imagen de un valioso mencey del pueblo guanche.


         

Las Rosas de Hércules es la obra cumbre de Morales, en la que se revela una perfecta asimilación de la estética del movimiento modernista. Se trata del gran proyecto literario (e inconcluso) del poeta, en el que pretendía registrar su visión del mundo de acuerdo con una estructura en la que los Elementos (mar, tierra, aire y fuego) ocupan un lugar primordial.
La mitología clásica, la reflexión sobre el arte y la poesía, el canto al mar, etc., son algunos de los temas que trató mediante un verso de gran perfección formal y con un lenguaje de ascendencia simbolista. Cuando sólo contaba con treinta y seis años de edad, una inexorable enfermedad troncó su vida el día de la Asunción de 1921. A pesar de morir muy joven, su extraordinaria personalidad logro aglutinar a su alrededor un numeroso grupo de poetas que siguieron la estela dejada por él. Los versos de Morales están impregnados de decoro y simbolismo. En cada palabra hay un esfuerzo por lograr la belleza y perfección: el verso preciso, el sustantivo rebosante de significado y los adjetivos apretados. Su obra marca, sin lugar a duda, un momento cumbre en la literatura canaria, ya que ningún otro poeta alcanzó como Morales  la visión y la expresión poética del mar y de los elementos relacionados con él. El mar se clavó en su alma desde su juventud y en sus versos podemos intuir al niño sentado en un peñasco de su Moya natal, contemplándolo ensimismado. Posiblemente, no exista en la poesía universal un canto al mar tan fantástico como  "Oda al Atlántico". El mar que describe en ella es aquel imaginado, soñado y vivido por Morales, que nos ofrece la culminación de la conjunción entre el mar y el hombre, la tierra  y el destino. Nadie mejor que él supo elevar a tan insigne altura el Atlántico y buscar la palabra precisa para plasmar su esencia.

¡Atlántico infinito, tu que mi canto ordenas!
Cada vez que mis pasos me llevan a tu parte,
siento que nueva sangre palpita por mis venas
y a la vez que mi cuerpo, cobra salud mi arte...
El alma temblorosa se anega en tu corriente.
Con ímpetu ferviente,
henchidos los pulmones de tus brisas saladas
y a plenitud de boca,
un luchador te grita ¡Padre! desde una roca
de estas maravillosas Islas Afortunadas...
Tomás Morales

Eufórico y entusiasmado exclamo en este final instante:
¡Aúpa Morales, vigoroso Hércules!  Zeus conserve vuestra fuerza y vele vuestro reposo en un lecho de capullos  de rosas doradas, sea en el jardín de las Hespérides o en el Olimpo de los Dioses.


Bibliografía:
Las Rosas de Hércules, Tomás Morales, Ediciones de El Museo Canario.
La Enciclopedia de Canarios Ilustres: Tomás Morales. Uno de los grandes creadores de la poesía moderna en Canarias, trabajo elaborado por Oliver J. Quintero en base a Modernismo y Vanguardia en la literatura canaria, de Lázaro Santana.
Wikipedia y otras fuentes citadas en el texto.



martes, 11 de febrero de 2014

El asesinato de Pitágoras.


Bien vale un gramo de paracetamol al acabar el día si es para ocultar el dolor que queda por  vivirlo intensamente. Rendido quedé, plácidamente dormido, y es que llegar a la cama vencido por las  horas mareadas en el tempestuoso tiempo sufrido ni los mejores sueños repondrán al agotado cuerpo. Más alegre permanece el alma tranquila sabiendo que habrá otro día para gastarlo en experiencias divinas.
Con cuatro mujeres y una furgoneta, embarque en Agaete con destino a Santa Cruz; por el oleaje del mar y el rabioso viento no sabíamos sí conseguiríamos atracar en Tenerife. Armados  de valor e ilusionados por conquistar "EL DÍA", el club de prensa donde se celebraría al anochecer una conferencia sobre Geometría Sagrada. Con pasión y sabiduría, oró el mismísimo Pitágoras reencarnado por uno de sus discípulos que renovaría al auditorio el mensaje del maestro con el apoyo de una excelente presentación ilustrada de PowerPoint titulada: Cosmología y numerología pitagórica.


Fuimos capaces de aguantar la desagradable travesía marítima, si bien aquello parecía el camino a la crucifixión. Predispuestos a cubrir los pasos de la Santa Cruz de Tenerife, algunas tomaron antes de navegar algunas pastillas contra el mareo para así evitar arrojar en la bolsa de plástico donde habían llevado los bocadillos vegetarianos y el agua de Firgas que las reconfortaría del penoso recorrido, aunque al final quedarán como los guayabos de Tenteniguada, amarillas por fuera pero rosas y dulces por dentro.
A mal tiempo buena cara, recostada en la confortable butaca del barco una amiga con su cara pálida sonreía; resoplando el aire que ya le faltaba, suspiraba al alma por la pronto llegada al puerto de destino. Las demás, expertas marineras,  acostumbradas a las subidas y bajadas de la proa, no le tienen miedo a la mar brava, aunque por respeto se colocarán en los salones de en medio de la nave, donde menos se moverán y más seguras quedarán. Se distraen en una amena conversación venciendo los bandazos del arrebatado viento en el costado de estribor.
A pesar de los pesares del cuerpo, hoy se encuentra mi alma mejor que nunca. El alma no se marea, está serena en el aquí y ahora, permanece inconfusa, convencida que el mañana será igual o mejor, ya que el pasado irá conmigo y se sumará un futuro aún más prometedor. Claro que para ello hace falta entender. ¿Y que mejor sitio para aprender que en una escuela con grandes maestros? Pues entonces pondré de nuevo rumbo a la Magna Grecia, a la reconocida Escuela Itálica, fundada por Pitágoras, haya por la segunda mitad de siglo VI a. de C.


Llámase itálica esta escuela por haber tenido su asiento en Crotona, en la misma suela de la bota italiana, donde los griegos habían fundado muchas ciudades-estados. De Pitágoras, filósofo muy celebrado en la antigüedad, se ha escrito mucho en tiempos antiguos y modernos, sin que estos escritos hayan logrado disipar la obscuridad y las dudas que existen acerca de sus hechos y doctrina. Su nombre despierta en todos los espíritus la simbología de los números, al mismo tiempo que trae a la memoria el precepto que prohíbe comer carne de animales. Casi todos los grandes  pensadores han rendido brillantes homenajes a su memoria. Las huellas del pitagorismo se pueden seguir a lo largo de dos mil quinientos años, desde el hombre genial que lo fundó hasta pequeñas organizaciones que permanecen activas hoy en día, y que conservan muchas de sus ideas y símbolos, así como la regla de secreto.
Más mi viaje hoy no es por la historia, ni científico, sino literario. En mi maleta llevo un thriller histórico "El asesinato de Pitágoras", del joven y brillante escritor Marcos Chicot, cargado de intriga, amor, acción y enigmas, que nos narra las investigaciones de Akenón y Ariadna tratando de descubrir al asesino de los grandes maestros de la Hermandad cuando Pitágoras está a punto de elegir a su sucesor, a la vez que resuelven sus propios sentimientos.

El libro vale la pena leerlo, por lo que no desvelaré su misterio. Tan sólo me lo tomo como una señal o aportación más, de un personaje que me persigue con asiduidad en los últimos tiempos, que me inspira e instruye a la hora de afrontar la vida racionalmente. Pitágoras fue tan venerado en su época como Jesucristo en la suya, y entre sus coetáneos tuvo una mayor influencia política e intelectual. No obstante, sus enemigos y la regla del secreto sobre su doctrina hicieron que la figura del filósofo quedará difuminada en las páginas de la historia. Es cierto que la sociedad actual parece haber perdido los valores y las reglas de comportamiento que Pitágoras y otros grandes maestros nos han transmitido, sin embargo en nuestro interior, cada uno de nosotros sigue poseyendo la libertad de recuperarlas y atender sus enseñanzas. Voy a perder o ganar unos minutos en ello; me pasaré por la Wikipedia, la gnosis del ICQ y repasaré la conferencia de Pedro Víctor Rodríguez, vicepresidente de la Fundación Rosacruz.
Concediendo desde luego que la escuela pitagórica lleva en su seno obscuridad, dudas e incertidumbre en orden al sentido concreto de sus doctrinas y teorías, no es menos indudable que representa y significa un importante progreso respecto escuelas anteriores y que entraña una nueva fase filosófica. La escuela itálica eleva el problema cosmológico desde el terreno puramente material y sensible, al terreno matemático, dándole un aspecto más racional y profundo, un modo de ser más universal y más científico.
Así nació la escuela de Pitágoras como un proyecto presentado al senado de Crotona, el que fue adoptado con entusiasmo, era una escuela científica e iniciática. Entre los discípulos de Pitágoras había dos clases, los públicos y los iniciados. Los del primer nivel recibían enseñanza elemental, después de algún tiempo el discípulo era sometido a pruebas, tanto físicas como morales donde se probaba el valor, serenidad, templanza, castidad, humildad, entre otras virtudes, Solamente de esta manera el alma podía recibir la iniciación. Una prueba muy interesante era llamada “del amor propio”, el candidato era humillado, injuriado, calumniado, por los maestros y solamente los que soportaban serenos y con firmeza eran admitidos en la escuela. En la siguiente etapa llamada de preparación los discípulos eran sometidos a la regla del silencio, debían limitarse a escuchar las lecciones de sus maestros con respeto y meditar ampliamente sobre las lecciones recibidas, sin hacer comentarios. Después de algunos años, se invitaba a los alumnos a exponer el resultado de sus estudios y reflexiones. Si mostraban capacidades y amor por el conocimiento, ingresaban en la enseñanza superior.
En esta etapa se cultivaba el amor en sus diferentes aspectos: por ejemplo, el cariño y el respeto a los padres, asimilando la idea del padre a la de Dios y la de la madre a la de la naturaleza. No faltaba el culto a otros Dioses como Minerva, Apolo, Ceres y Júpiter, que veneraban tanto los novicios como los iniciados de todos los grados, tanto hombres como mujeres recitaban bellos poemas y cantos tocando con liras de marfil.


Formaron una liga o secta, y se sometían a una gran cantidad de extrañas normas y prohibiciones; no comían carne, ni habas, ni podían usar vestido de lana, ni recoger lo que se había caído, ni atizar el fuego con un hierro, etc. Resulta difícil comprender el sentido de estas normas, si es que tenían alguno. Era una fecha y un acontecimiento inolvidable para el aspirante cuando era recibido por el maestro Pitágoras y aceptado solemnemente en los misterios, la verdadera iniciación comenzaba entonces. El discípulo recibía la enseñanza en el templo de las Musas y les hablaba sobre éstas deidades como representaciones de las potencias divinas, sobre el Uno que es el Padre, el Espíritu, eterno, inmutable e infinito. Decía que en el momento en que se manifiesta es doble: principio masculino activo, animador y principio femenino pasivo o materia plástica animada. Mencionaba también al número tres, la Triada o ley del ternario, como la ley que construye las cosas y la verdadera clave de la vida, desde el cuerpo animal, la del hombre, del universo y de Dios. Pero había todavía más profundidad con la enseñanza de los números, en cada uno definía un principio, una ley, una fuerza activa del Universo, sin embargo los principios esenciales están en los cuatro primeros, porque sumándolos o multiplicándolos se encuentran todos los demás.
Se culminaba así el segundo grado de preparación iniciática, se había descorrido un poco el velo de los misterios, muchas pruebas se habían vencido, sin embargo aún quedaban arcanos que develar.
El pensamiento pitagórico se levanta sobre una estructura matemático–racional. Lo que no sabían es que desde el mismo ámbito matemático provendría un descubrimiento que pondría en crisis aquellos fundamentos, pues se trataba del descubrimiento de lo irracional, de la raíz cuadrada de dos. Este hallazgo de los pitagóricos tiene una gran incidencia negativa en la escuela, ya que cuestionaba los cimientos de su racionalismo numérico en el cual tenían afianzado su convencimiento de la gran coherencia interior y la solidez de su doctrina, pues encontraron que la relación entre el lado y la diagonal de un cuadrado no se podía someter a la perfección que era el Número, lo cual causó en el discurrir del tiempo el asesinato filosófico de los pitagóricos.


La escuela pitagórica también creó una teoría matemática de la música. La relación entre las longitudes de las cuerdas y las notas correspondientes fueron aprovechadas para un estudio cuantitativo de lo musical; como las distancias de los planetas corresponden aproximadamente a los intervalos musicales, se pensó que cada astro da una nota, y todas juntas componen la llamada "armonía de las esferas o música celestial".
Es hora de ir con la música a otra parte y no abusar del paracetamol por molestar más la cabeza. Me enredé por internet como siempre y lo siento, no obstante concluiré. Toco entre lo racional y lo irracional, entre la armonía y el caos, entre la realidad y el simbolismo; pulo mi propio mundo pitagórico, para crecer o retroceder, para mejorar o desapegar, para todo o nada, pero siempre perseverante en ser y amar. Mientras los asesinos de la verdad sigan libres, continuaré pidiendo justicia para Pitágoras y sus discípulos.