martes, 6 de octubre de 2015

Guayedra al desnudo.


Al atardecer, cuando ya el rey sol se retira a descansar tras el más alto volcán macaronésico, presenta Guayedra su mejor cara, al contemplarse la maquillada ladera dorada por sus generosos cereales y el fluir de las saltarinas aguas bautismales por los surcos plateados, que hasta dejan huella en el alma. A lo alto, con frente despejada, la piedra acerada es agujereada por el viento para que aniden las vigilantes aves que rompen el silencio de la desnuda naturaleza; espesa cabellera verde de pinos ancestrales de Tamadaba que se descuelgan por las frondosas patillas de las degolladas, plagando una juvenil barbilla azulada de cardones y tabaibas. Surgida del mar por volcanes desde hace quince millones de años y desplomada después por avatares ecológicos, en escudo de la isla quedaste y el dedo de Dios ni te señala.


Mariscadores, pastores y orchilleros, guardaron con celo tus secretos, luego, abandonada y olvidada por la abundancia de lo artificial. Hoy sabemos que los fenicios frecuentaban las Islas Purpúreas para obtener un tinte color púrpura a partir de la orchilla o roccella canariensis, un liquen de color negro con manchas blancas que crece en las rocas de los acantilados costeros, gracias a la humedad y al salitre. Ocho días bastaban antiguamente para enrojecer la mezcla del liquen convertido en polvo con orines (amoniaco) y cal, lo que era señal de que ya podía ser utilizado para pintar.
Cuando se pacta la paz entre los conquistadores y los guanches de Agaldar, fuistes descrita por escribanos como "paisaje agotado" o "isla desierta". Y fuistes concedida por el Rey Católico al Guanarteme, como si fuera "gran ciudad u otra cosa buena" sin serlo, lo que para Semidán solo significaba: reconocerse igual con el nombre de Fernando, y el Redondo de Guayedra, la garantía para que en el territorio perdure la "libertad y todo buen tratamiento". Fehacientemente así consta por real escrito, y "ambos quedaron gustosos".
Después de la conquista, se reactivó el comercio por el caballero normando Juan de Bethencourt, quien vendía la orchilla en Florencia a precios muy ventajosos haciendo de ésta una actividad muy rentable. Agotada gran parte de esta comunidad liquénica y la aparición de otras plantas tintóreas, acabaron a principios del siglo XIX con el auge de este negocio.
Despejada quedó la tierra en el valle para sembrar y cultivar más cosas buenas, que entren en el granero o acompañen a los higuerales. No obstante, se requiere un nuevo guanche o normando para recuperar en lo posible una seña del patrimonio cultural y el desarrollo económico del arco costero de Tamadaba. Abona y renueva los campos energéticos, y elimina la mala hierba, estancada y tóxica; haz que circule y fluya la savia de un tiempo nuevo. Pon especial atención a mantener arada y despedregada la mente para llenarla de árboles frutales y plantas silvestres, que hermosas florecerán todo el año y darán gustos diversos y auténtico a la miel de las abejas. Atiende y limpia el corral sin frontera del alma, alimenta con granos de maíz a las gallinas ponedoras y a todo aquel que aliviará tu propio sendero. Imprescindible náife canario a la espalda, que solo empuñarás para colectar y preparar los frutos de la tierra y el mar, o bien, para facilitar las labores que han lugar, pero nunca amedrentar.



Del asalto a Guayedra, bajarás entre los cantos rodados de plata, salpicando olivinas de lágrimas y plumones de penas. Y llegando al envalentonado y atlántico mar, dibujaras una sonrisa de espuma de sal en la turmalina playa solo custodiada por los aferrados moluscos, que serán el mejor escudo para la defensa contra las olas de energías malqueridas. Ya exhausto de andar y buscar, descubrirás el rincón del silencio, donde solo te hablarán las fragancias, los aromas te cierran los ojos y no podrás articular palabra. Un paisaje que estimula y motiva, desnudo algunas veces y escondido casi siempre, dándole cada vez que se observa un nuevo significado a nuestra vida, abierta a los Alisios en el "redondo" espacio protegido por el Guanarteme Semidán.



Y así pasará el tiempo, contando olas o combatiendo el olvido, unas veces, para poder lapear en los bolos que cayeron al mar, otras, para recordar y hablar en la soledad a los que a tu lado ya no están.
¡Atis Tirma!

(¡Por ti, tierra!)