Dicen de ella que fue
una mujer adelantada a sus tiempos, cuando deberían decir a mi juicio que fue
una mujer que se estimaba o se consideraba libre e igual a los hombres de sus
mismos tiempos. ¿Tiene mérito? Por supuesto, incluso reconozco que fue una
mujer envidiable en su entorno palmero por su clase, talento y belleza. Permítanme
que hoy recuerde y rinda homenaje a una de aquellas mujeres canarias pioneras
en la cosa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que proclamó con
fuerza por todo el mundo la revolución francesa, inspirada por hombres y
mujeres libres, honrados y de buenas costumbres.
Nació Leocricia
Segunda de las Angustias en "La Palma" del Atlántico, isla
insignificante de tamaño pero de gran altura, señera y afortunada, el 18 de
agosto de 1853. Era hija de José Gabriel Pestana Brito -depositario del
Ayuntamiento de la capital palmera- y de María del Rosario Fierro Camacho. Se
daba la curiosa circunstancia que tuvo otra hermana de igual nombre y que había
fallecido a los 14 años de edad. Será desde muy niña una lectora empedernida, y
desde muy pronto tuvo una gran inclinación hacia la poesía.
Su biógrafo Suárez
Bustillo la describe así: "Leocricia
era de estatura media, en torno a 1,60, delgada, pelo recogido y siempre bien
peinada, frente despejada y ancha, piel rosada, fina, agraciada de cara, de
sonrisa graciosa, voz deliciosa, mirada ardiente, agradable, delicada,
sensible. Muy pulcra en su persona. Vestía a la moda de su juventud, con trajes
de color negro o blanco, largos y con cola".
Huérfana de padre
antes de cumplir sus 5 años, fue causa de que se criara muy unida a su madre y
a sus hermanos, especialmente con Segundo, con el que siempre convivio hasta su
penosa muerte y la deja heredera única. Leocricia, ya mayor, a sus 44 años,
contrajo matrimonio con don Dionisio Carrillo Álvarez, de 43, con quien no dejó
que sepa reconocida descendencia.
Don Crisóstomo Ibarra,
que escribió́ sobre ella, confesó que de muchacho contemplaba alguna vez,
desde lejos, aquella figura de mujer, blanca y pálida como un lirio o una
magnolia, que se deslizaba bajo las luces crudas del sol por entre los rosales
y las enredaderas que trepaban por los muros de su jardín, siempre escoltada
por dos rubios felinos que iban rozando su falda, larga como una túnica griega.
Años después tuvo ocasión de departir con ella en aquel caserón y entonces se
encontró́ con una dama de personalidad muy acusada que vivía aislada pero no
sola pues contaba con la compañía de sus libros, sus sueños y sus versos.
La primera vez que oí hablar
de Leocricia Pestana Fierro fue por una apreciada palmera rosacruz, Milagros
para más señas, dada a gustar leyendas e historias siempre curiosas, y surgió a
remolque de una superficial conversación sobre "La Perejila", poetisa
de Gran Canaria, tan mal hablada cuando contestaba si se metían con ella, como
inteligente escritora cuando contemplaba con cordura su existencia. Anécdota
que tenía cierta similitud en los tiempos y formas de los finales del siglo XIX
y de los personajes femeninos que nos ocupaba en aquella agradable sobremesa en
un guachancha de Tenerife. Más o menos Milagros lo narró así:
Mucho se ha dicho
sobre la leyenda de la mujer que habita la Hacienda Quinta Verde en el Barranco
de Nuestra Señora de los Dolores. Una dama misteriosa, aquel personaje de
cuento romántico para muchos de sus conciudadanos, en aquel paraje de ensueño,
se embelesaba con las flores de su jardín, a las que adoraba, y según propia
confesión, hablaba con ellas y con sus gatos.
Unos dicen que han
visto a una mujer caminando por sus palmerales, otros que la han visto sentada
en sus jardines y otros mirando por la ventana....pero ¿Quién era esta mujer? Y
¿Qué tanta leyenda ha dado de que hablar? La leyenda que envuelve a esta mujer
y a su aparición fantasmagórica va referenciada a la copia de una nota, a todas
luces errónea, suscrita por don José́ Crispín de la Paz y
Morales, presbítero y párroco titular de Las Nieves que decía que la hacienda
de la “Quinta Verde” pertenecía al Señor de la Caída;
que en virtud de la inicua ley de desamortización dictada por el masón y judío Mendizábal
le fue usurpada a la imagen y, consumado el latrocinio, la había adquirido en
pública subasta don Segundo Pestana Fierro, hermano de doña Leocricia, ambos
masones adscritos a la logia Abora; que desahuciado el Señor de la Caída de su
propiedad fue trasladado en solemne procesión a la iglesia del extinguido
convento de San Francisco para recibir culto; que don Segundo falleció́ de mala
enfermedad y así́ castiga Dios a los que ultrajan y roban sus propiedades; que
no tuvo el gusto de disfrutar lo que había adquirido por tales perversos
medios, ni tampoco su hermana. En esencia, estos son los hechos consignados,
pero aclaremos, según el cronista oficial de Santa Cruz de La Palma, Jaime Pérez
García, autor del título "Una mujer de leyenda: Leocricia Pestana
Fierro", la realidad fue tan sencilla como esto: Al quemarse la
ermita del Señor de la Caída en 1827, se salvó del incendio la imagen de
Cristo; que como la “Quinta Verde” era propiedad de la familia de su patrono llevó al Señor al
oratorio privado de la casona de la hacienda hasta que fue depositado
definitivamente en el convento de San Francisco de Asís donde se encuentra en
la actualidad. Los vecinos consternamos por el traslado de la imagen,
maldijeron tal acto y es ahí donde la maldición de la Dama de La Quinta Verde
da comienzo. La Dama aparece muerta la mañana del 4 de Abril de 1926 en su
casa, siendo descubierta por su sobrino. Tras la autopsia, el cadáver es
trasladado al campo santo de la ciudad y cuando iba a ser inhumada, su tumba no
apareció, tampoco ninguna nota de donde fue enterrada, a fecha de hoy no se ha
encontrado el cuerpo. Doña Leocricia Pestana Fierro dejó en herencia su casa
para que se vendiera y que el dinero se empleara en el campo santo de la
capital. Esto tampoco sucedió. La leyenda de la
dama de blanco, va a que Leocricia nunca quiso abandonar la casona.
En su retiro
voluntario de la “Quinta
Verde”,
le encantaba recibir a intelectuales de relieve, los que, de paso por La Palma,
mostraban un interés especial por conocerla y departir con ella gratos momentos
de conversación. Leocricia recibía sus visitas en una sala luminosa, despacho–biblioteca,
cuyas paredes aparecían cubiertas por estantes repletos de libros; al centro de
la habitación, una mesa de trabajo con papeles y más libros, y al fondo, un
estrado donde, sentados, se iniciaba la conversación. La anfitriona, de rostro
fuertemente maquillado, observaba a sus visitantes tras unas gafas de gruesos
cristales con unos ojos que revelaban su inteligencia; entonces hacía gala de
su trato afable y afectuoso. Su cultura era vasta; sus ideas, firmes y claras,
que no vacilaba en exponer; consideraba a la mujer española esclava de la
Iglesia y llena de prejuicios, y criticaba con pasión toda tiranía. En aquella
habitación se gestó, posiblemente, un soneto
que dice:
Si en el espacio rueda el sordo trueno
y ronco ruge el huracán valiente,
y el rayo vibra asolador y ardiente,
y el mar rebrama de rencores lleno;
audaz, rompiendo de la nube el seno.
triunfante brilla el sol en el Oriente,
el trueno calla y hasta el mar rugiente
humilde besa el arenoso freno.
Así́ también engendran las pasiones
tormentas en que el odio
y la codicia destrozan sin piedad los corazones;
más, huya avergonzada la malicia
cuando rasga potente sus prisiones
el esplendente sol de la justicia.
En la romería de
"nano er'chico", conocí a
Pino Fierro, parienta lejana de Leocricia, que acudió acompañando a mi buena
amiga, Rula Fiuza, al estar interesada por
saber de sus antepasados. Hablamos de su fascinante bisabuela, Alejandra
Jaques de Mesa, primera esposa del doctor Gregorio Chil, fundador del Museo
Canario, de la que hablaremos en otra ocasión largo y tendido, y de sus
parientes los Fierro. En aquel momento no me percate que la nombrada Leocricia Pestana
Fierro era la misma que citaba reiteradamente, solsticio tras solsticio, mi
venerable Antonio Márquez Fernández, que al final del banquete siempre nos
brinda con una maravillosa retahíla.
Asombrada y
entusiasmada quedó Pino cuando le envié por correo el video que grabé en el
solsticio de verano de este año en mi casa, declamando Márquez, el improvisado
brindis de nuestra poetisa la noche del
13 de mayo de 1874 en la "Quinta Verde", propiedad como hemos dicho
de su hermano Segundo Pestana Fierro, y donde un numeroso grupo de indigentes de la ciudad habían sido invitados a un banquete en la casona que era patrocinado por miembros
pertenecientes a la masonería palmera. A
los postres, servidos por varias damas de la localidad, una de ellas,
Leocricia, que contaba 20 años de edad, recitó una octava y rima de esta
forma:
Brindo por el sentimiento
más grande que el alma encierra
y que derrama en la tierra
consuelo a la Humanidad;
que se agita en todo pecho
donde late un gran corazón:
Brindo por el buen masón,
brindo por su caridad.
Esta intervención nos
da pie para pensar que fue uno de los motivos por los que se consideró a
nuestra poetisa como masona, aunque en sentido figurado, puesto que la
francmasonería en La Palma no admitía en su seno a personas del sexo femenino.
Sin embargo, sí se sabe que sentía simpatía y admiración por aquella
confraternidad; de hecho, su hermano, con el que convivía, era masón -según
acredita el historiador Manuel de Paz Sánchez en su libro "La Masonería en la Palma"- y ella
estaba agradecida a sus miembros porque le habían atendido muy bien cuando
enfermó. Tanto es así́ que en su última voluntad expresó que sus muebles se
vendieran y su producto se entregara a aquella institución.
Seguidora del
Librepensamiento, amante de la Libertad y la Justicia, fue ídolo de los
republicanos palmeros. Sin embargo, en su persona se dio la paradoja de que, a
pesar de su reconocido anticlericalismo, era creyente. Sus claras tendencias
republicanas la hacen objeto de diversas invitaciones como la cursada por
varias damas de la isla que preparaban un homenaje a Voltaire:
"Sra. Dª Leocricia Pestana de Carrillo.- Distinguida señora nuestra: Las que
suscriben, constantes admiradoras de la poesía y pensadora a quien tienen el
honor de dirigirse, y que se proponen concurrir a la Velada, homenaje al amplio
espíritu que se llamó Voltaire, solicitan el valioso y necesario concurso
intelectual de V. para lo que será una hermosa y significativa fiesta.- A la
vez, ruéganle encarecidamente su asistencia al acto, ya que es V. la más alta y
digna representación de nuestro sexo, que no puede ni quiere permanecer
insensible a los requerimientos de la Razón, que para la mujer abre mejor senda
de aquella de la Fe, vieja y tortuosa.- Aceptad el testimonio de sincero afecto
de vuestras paisanas". Aunque parece que excusó su asistencia envió una
carta al efecto que fue leída en dicha velada.
Como corrobora Jaime Pérez
García en "Una mujer de leyenda":
Leocricia alcanzó en su tiempo las más altas regiones de la fama, del público
reconocimiento de la intelectualidad canaria como sonetista excepcional, de su
liderazgo como prototipo de mujer palmera, liberal y librepensadora. Así́, el
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma perpetuó su nombre el aplicárselo a una
de sus calles, y así́ la recuerda La Palma, como una de sus hijas más preclaras."
Hoy Lecricia Pestana
Fierro repetiría con su propias palabras lo mismo que en su vejez: No
frecuento la sociedad porque no sé hablar de modas ni de otras cosas que no me
interesan ni entiendo. Soy, como usted verá, muy mujer pero detesto la
frivolidad y chismografía. Sé que en torno mío se ha tejido una leyenda y que
se me considera muy diferente de lo que soy.
Yo la recuerdo como si
hubiera sido mi hermana ¡Una mujer muy diferente!