viernes, 24 de enero de 2014

Carpe diem


Perdonen que recurra a este tópico literario, como exhortación a no dejar pasar el tiempo que se nos ha brindado y a disfrutar los placeres de la vida dejando a un lado el futuro, que es incierto.
"Carpe diem" es una locución acuñada por el poeta romano Horacio, que literalmente significa "toma el día", que quiere decir "aprovecha el momento", en el sentido de no malgastarlo.


Este tópico respecto a las diferentes épocas literarias ha ido variando ligeramente en la forma de interpretarlo.  En la Edad Media era entendido como: "vive el momento porque vas a morir pronto", durante el Renacimiento, los ideales de belleza y perfección lo entendieron como: "vive el momento porque vas a envejecer pronto". El adagio latino podría equivaler a sentencias en castellano como "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" o "vive cada momento de tu vida como si fuese el último".
A mi me viene hoy como "anillo al dedo" para seguir la orden del día que me he propuesto, para aquí y ahora: tomar parte.
Nos pasamos la vida criticando lo que  pasa o no pasa en nuestro mundo, lo que hacemos bien o mal, y eso es conveniente y hasta necesario, pero no suficiente para cambiar, mejorar o progresar hacia la perfección, si no actuamos a continuación directamente sobre las cuestiones, quedándonos en la crítica, comiéndonos los sesos y abrumados por un trabajo excesivo que nos agota y abate, sin darle descanso a la mente para volver a tomar parte de la propia realidad.     
"No pretendo descargar a nadie", como recomienda Pitágoras, es menester "no ayudar a los hombres a vivir en la pereza y en la molicie, sino a pasar su vida en los trabajos y en los ejercicios de la verdad".


Bajemos de las alturas para "tomar tierra" y concluir en el análisis de la situación actual. Recurro a lo aportado por unos amigos en una tertulia reflexionando sobre el asunto, en el que nos preguntamos: ¿Podemos confiar en construir  un estado, una justicia, un entramado financiero y económico o unos medios de comunicación cada vez más perfectos, dotándole de estructuras e instituciones eficaces y dignas, lideradas, gobernadas, gestionadas y participadas por ciudadanos que antepongan el bien común al beneficio ilícito y a la corrupción, desde sólidos principios éticos para así mejorar el bienestar de todos y el progreso de la Humanidad?
La respuesta fue unánime: Hay que "tomar razón", sin implicarse no se puede alcanzar una utopía. La utopía no se construye sola, hay que "tomar parte".
Como ciudadanos no podemos quedarnos en la crítica que nos rodea y aturde, no podemos quedarnos complacidos actuando como filósofos de gabinete, sino implicarnos, hora a hora,  día a día, con voluntad y perseverancia, y por supuesto no podemos fallar en la creencia de la perfectibilidad de los seres humanos, ni menos dejar de trabajar por su progreso y bienestar.
Desde lo más cercano, insignificante y cotidiano, hasta las más altas tareas de la sociedad, deben ser revisadas, modificadas o cambiadas, actuando honestamente con conocimiento y sabiduría, sin dudas de poder lograr unidos nuestra misión de alcanzar las mayores cotas de libertad, igualdad y fraternidad en esta época en la que nos ha tocado vivir nuestra existencia en la Tierra.
Como decía ayer en mi camiseta pone: vete a tomar .... conciencia. Hoy propone: a Dios rogando, con el mazo dando. Aunque tengamos los pies cansados y el pecho oprimido, sigamos luchando, vale la pena el esfuerzo, nuestros descendientes se merecen lo mejor. No los podemos mandar al pasado, ayudémosles a construir un futuro mejor, por eso tenemos que actuar en el presente, repito, aquí  y ahora, con las  ganas y la fuerza que da la unión de la gente al "tomar parte" en un objetivo común: más  justo y perfecto.
No te dejes engañar en que la solución está en el fascismo o el anarquismo, sino en la tolerancia y  el compromiso con los demás, huyendo de todo fanatismo, de una forma generosa darás y recibirás. El optimismo es una actitud clave para llegar a la meta con alegría y felizmente. Y cuando estemos plenamente satisfechos nos despediremos para descansar en paz repletos de amor.
Disculpen la cursilería, pero estoy muy sensible ante lo que sentimos y padecemos, si estas hartó quéjate, que todo por poco cuenta, más "toma parte" de la responsabilidad que te corresponde, no me atrevo a decir  qué, cuánto, cómo, y dónde lo debes hacer, lo sabes mejor que nadie, sólo les sugiero lo que Pitágoras, una vez más, en su escuela nos enseñó: como no vale la pena hacerlo; y que coseché entre sus símbolos ocultos:

NO PASÉIS POR LA BALANZA
No violéis la justicia, no escuchéis la avaricia, porque de ella procede la injusticia.


NO ROMPÁIS LOS DIENTES
Elige el camino de La Paz, sin sembrar maledicencias y violencias.

NO COMÁIS DE LA MANO IZQUIERDA
No viváis sino de una ganancia justa  y legítima, y no os alimentéis de robos y rapiñas, sino de vuestro trabajo; porque la mano izquierda ha sido siempre la mano sospechosas del ladrón.

NO SALTÉIS DEL CARRO A PIES JUNTILLAS
Es decir, no hagáis nada atolondradamente, ni cambiéis estado así, de pronto. Se requiere propósito, pensar, paciencia y perseverancia, para quedar en pie al saltar del carro.

Y otros muchos más que puedes descubrir en ti mismo, si te conoces, yo con humildad tome las mías. Y término, "espero no haber escrito sobre la nieve", dando a entender que es tomar un camino inútil, dar preceptos a gentes débiles que no saben retenerlos y de los que se aportan enseguida; porque el menor calor de estas sentidas ideas y sentimientos, es decir la menor perfección, les funde y nuestros preceptos se desvanecerán.
Agradezco a mis amigos, que los reconozco también como hermanos, la invitación a la reflexión y la aportación de referencias y fuentes que enriquecen este "Gabrielando". Y como no, a Pitágoras, al gran maestro que ha dejado discípulos para siempre sobre la tierra, renovando su semilla, revelando las respuestas de todos los fenómenos de la vida; no sólo de los misterios de la conciencia, sino también de la naturaleza y la materia, por medio de sus Símbolos Ocultos y de los Versos Dorados.
Vuelvo al principio, CARPE DIEM, aprovecha el momento, TOMA EL DÍA




miércoles, 22 de enero de 2014

Aquí vive un filósofo.


Cuando lees un libro que te ha gustado es natural que quieras leer otras obras del mismo autor y también conocer su vida, como para sintonizar o comprender mejor su pensamiento, que sin duda estará influenciado por su entorno, época y creencias sociales, y cuanto más bella y útil es su obra, más curiosidad existe en conocer a quién se debe el placer y el provecho que ha proporcionado su lectura. Esto es la que me ha llegado a indagar en la vida de Pitágoras, del que sólo conocía su famoso teorema matemático, hasta que cayó en mis manos un libro escrito por Amadeo Dacier (1657- 1722) que se titula "Pitágoras", y subtitula "Las Revelaciones de sus Símbolos Ocultos y los Versos Dorados". El libro de la Editorial Humanitas, lo había intentado leer en otras ocasiones, una vez en el avión durante un viaje lejano para pasar el tiempo entretenido, otra en una Semana Santa con el tiempo malo. Por su complejidad y profundidad no hubo forma de pasar de las 16 páginas de introducción que le hace del "Pitagorismo". Pero ahora con mayor paciencia y perseverancia logré pasar del primer capítulo y me envolví en la peregrina e intensa vida de Pitágoras en el capítulo II, que ya es más fácil y sencillo de seguir.


Pitágoras nace en el 570 a. C. proveniente del Asia menor (Isla de Samos). Luego más tarde se traslada a Crotona al ser desterrado por Polícrates de Samos. Se le atribuyen varios viajes a oriente, entre otros a Persia, donde hubo de conocer al mago Zoroastro. De los egipcios heredó la Geometría y el arte de la adivinación; de los fenicios aprendió la aritmética y el cálculo; y de los caldeos la investigación de los astros. Además obtuvo una gran formación y disciplina de los sacerdotes egipcios.

Hoy no voy a roer mi corazón, ni afligirme o consumirme en el disgusto de un artículo enrevesado entregándome a la melancolía. Sólo copiaré e interpretaré ideas sabias, ideas inexplicables aún, o mejor será empezar, con una entretenida e instructiva anécdota que expondré a continuación:

Atravesando el Peloponeso, Pitágoras se detuvo en Flíos, donde reinaba Leonte. En las conversaciones que sostuvo el rey con Pitágoras, este le dijo tan grandes cosas, y le habló con tanta elocuencia y sabiduría que Leonte le preguntó qué arte profesaba. Pitágoras le respondió que no tenía ninguno, que solamente era filósofo. El rey quedó sorprendido por la novedad de esta palabra que jamás había oído, pues Pitágoras, disgustado por la arrogancia del título que a sí mismos se daban antes que él los de esta profesión, llamándose sabios, y sabiendo que no hay sabio más que Dios, cambió este nombre soberbio en un nombre más humilde y más dulce, llamándose filósofo, es decir "amador de la sabiduría".
Leonte insistió con una nueva pregunta: ¿Que diferencia hay entre un filósofo y los demás hombres?
Pitágoras le respondió: que esta vida podía compararse a la célebre asamblea que se verificaba cada cuatro años en Olimpia para la solemnidad de los juegos, pues como en ella, por los ejercicios se busca la gloria y las coronas, en ésta por la compra o la venta de diversas mercancías se busca la ganancia, pero hay otros más nobles que estos que no vayan por la ganancia, ni los aplausos, sino sólo por gozar del maravilloso espectáculo y ver y conocer lo que más allá pasa; así también nosotros, abandonando nuestra patria, que es el cielo, venimos a este mundo como a una asamblea. Allí, unos  trabajan por la gloria, otros por el provecho, y no hay sino un número reducido, que desposeyéndose de la avaricia y la vanidad, estudian la naturaleza.  estos últimos, añadió, son los que yo llamo filósofos. Y como en la solemnidad de los juegos no hay nada más noble que ser espectador sin algún interés, igualmente en esta vida, la contemplación y el conocimiento de la naturaleza son infinitamente más considerables que todas los demás aplicaciones. Y concluyó que el hombre ha sido creado para conocer y contemplar.


Los símbolos son sentencias cortas que, como los enigmas, bajo el velo de términos sencillos y naturales, presentan al entendimiento las verdades analógicas que se quieren enseñar. Convenciéndole a Pitágoras usarlos, los usó a ejemplo de los egipcios, que procuraban enseñar su doctrina sin ocultarla, pero sin divulgarla tampoco.
He aquí una muestra de los símbolos de Pitágoras, con una breve interpretación:

AYUDAD A LOS HOMBRES A CARGAR Y NO A DESCARGARSE.
~ Quiere decir que es menester no ayudar a los hombres a vivar en la pereza y en la molicie, sino a pasar su vida en los trabajos y en los ejercicios de la verdad, imponerles reglas más laboriosas y más penosas a medida que avanzan en las vías de la perfección.

TENED SIEMPRE PRESTO EL EQUIPAJE
~ Es decir, es menester hallarse preparados para todo lo que la fortuna quiera depararnos; y no tener nada que nos detenga cuando suene nuestra última hora.

NO COMÁIS LOS SESOS
~ Es decir, no abruméis vuestra mente con un trabajo excesivo que lo abata y agote, dadle descanso.

Aquí vive un filósofo. No me preguntes que hora es, no la sé y poco me interesa, déjame imbuido en mis pensamientos sin apresurarme, déjame que las verdades dormidas reposen en un sueño invernal, déjame seguir por este río sin cauce ni retorno. En ese momento me llamaron a almorzar, leí el borrador, y me dije: anda prepárate tu mismo el zumo de tunos indios, aunque ayer me clave un montón de púas al pelarlos, y eso por no mandarme  a freír espárragos, por no saberlos cocinar. La verdad es que llevo una cruz conmigo, que algunas veces pienso que me dejará en la cuesta de mi calvario filosófico. Lo malo, es que luego me falté el aliento para alabar sus enseñanzas y plegarias con mi filosofía prosaica y algo contemplativa.
¡Siempre nos quedará Pitágoras! Y volveré con él.
Ahora como reza en mi camiseta: vete a tomar …. conciencia.




viernes, 10 de enero de 2014

La mismísima realidad.


Tengo muchas historias. Algunas nacen de un instante de inspiración, son apenas una emoción, un capricho de la mente. Otras son vivencias sentidas, tomadas de la realidad, palabras maduradas que pueden repetirse sin riesgo de alterar el cuento. Y hay historias secretas que permanecen ocultas en los vericuetos del cerebro, son como un tumor maligno que le salen ramificaciones, engordan y con el tiempo se convierten en pesadillas. A veces para liberar la mente de esos temores lo mejor es contarlo como un simple cuento.


Eran los dos muy bellos, de ideas claras y fuertes fundamentos.
Liborio tenía aspecto campestre, una cabellera blanca desordenada que le daba un toque esotérico interesante, llevaba últimamente lentes progresivas en una montura metalizada azul,  usaba siempre pantalón vaquero y una chaqueta de pana marrón, que reemplaza de vez en cuando por otra de cuero que compró en un viaje a Buenos Aires. Era un hombre de pocas palabras, algo gagueante y misterioso, pero preciso al hablar de lo que quería con claridad y con un delicado sentido del humor que suavizaba el peso de sus rústicos conocimientos esotéricos. Sus amigos habrían de recordarlo, como el más generoso y sonriente de la pandilla.
María de los Ángeles, poseía un temperamento juvenil, alegre, pero a la vez miedoso y desconfiado; impulsiva, pero prudente ante el peligro; usaba para ver mejor unas gafas rojas de reconocida marca; era incapaz de hacer maldad a persona alguna, como tampoco a los animales, que siempre acogió en su casa con cariño. Liborio, que no era un animal domesticado, era Leo, reconocía que su mujer estaba dotada de un admirable sentido común y desde el principio delegó ella las decisiones de su hogar y la administración de la mitad de su dinero. María de los Ángeles protegía y cuidaba a su marido  como sí fuera el de la Guarda, con mimos de madre, vigilaba su salud, le preparaba desayuno, almuerzo, merienda y cena, y por las noches velaba su sueño y atendía casi todas sus fantasías, aunque no fueran tampoco muchas. En honor a la verdad, él también recogía, fregaba y tendía la ropa mojada. Tan indispensable les resultaba a ambos la compañía del otro, que María de los Ángeles renunció a su profesión durante la época más fértil  de la pareja para cumplir con el compromiso de criar personalmente a sus hijos y sufrir los avatares del esposo. Tomó la costumbre de leer en las tranquilas noches sin dolores de cabeza, mientras él se quedaba plácidamente dormido escuchando la gaceta de los deportes por los auriculares del transistor-despertador. A los dos les gustaba la intimidad y el silencio de su hogar en medio de unas tierras que había heredado Liborio de sus padres, donde plantaron mil plantas de todos los colores.
Ella gozaba de muy buena salud, gracias a la sana nutrición vegetariana y al escrupuloso cuidado diario de su cincelado cuerpo. El no tanto, fumador empedernido, dado a las carnes de todas las  razas y vinos de todos los lugares, no le podía faltar en su cuerpo más nicotina, colesterol  y presión en la sangre que le sirvió para sufrir infartos, parálisis y tumores varios ¡Vamos que su amante era la pura muerte! A la que terminó conociendo y hasta queriendo.
Liborio entendía la muerte como un fenómeno propio de la vida, hablaba de ella con naturalidad, lo que le permitiría crecer como persona y envejecer con dignidad. Era un jugador en el riguroso juego de vivir. Jugamos todos, pero el más que nadie sabía que la primera regla del juego es que todo jugador muere, aunque nadie sabe cuando llegará la muerte. El juego sigue para siempre o hasta que ganes. Ganas si encuentras la muerte antes de que ella te encuentre a ti.
No permitas que la muerte te sorprenda nunca y no dejes que se escondan de ella por miedo o inconsciencia. Conocer y saber más sobre este proceso común en la vida de todo ser humano puede ayudar a encarar el tema desde otra óptica, más amplia y evolucionista de la vida, como ahora les continuaré contando:
En uno de sus viajes de la pareja a Londres, donde solían ir de compras como Reyes Magos para aprovechar las rebajas navideñas, siempre ojeaban  la cartelera de espectáculos por sí había algo de su interés musical.
~ ¡Eureka! -dijo sorprendido Liborio-, están poniendo Parsifal de Richard Wagner en la  Royal Opera House.
~ ¡Sí, vamos porfa! exclamó ilusionada MA, que nunca le faltan ganas para ir a la ópera.
~ Pues ahora mismo compro las entradas por internet.
Cuando salieron del auditorio en  aquella gélida noche londinense, huyendo del frío se refugiaron en un pub justo a la orilla del Támesis, llamado “Sherlock Homes”,  desde allí a través de los cristales transparentes de las vidrieras emplomadas divisaron entre la bruma la cúpula de la Catedral de San Pablo. Recordaron su matinal visita turística en la que vieron por enésima vez al Cristo de la Luz que se encuentra en un lateral de la nave y al que tienen una especial veneración, tanta que tienen una reproducción del cuadro en su alcoba.
La amena conversación entre ellos, recaló en la redención de Jesucristo, en su trágica y  sin embargo deseada muerte para luego renacer. Repasaron el argumento de la representación operística que duró cuatro horas y media, revivieron el sufrimiento del Rey Amfortas, rey de los caballeros del grial, herido por su propia lanza, que no es sino la Lanza Sagrada que abrió la llaga del costado de Cristo, y la cual debía custodiar, y la herida no se curaba. Amfortas tuvo una visión santa que le dijo que esperara a un “tonto inocente, iluminado por la compasión” quien finalmente curará la herida.
Ese era Parsifal, el tonto, casto o loco inocente, que después de deambular por los bosques durante muchos años hasta que a través del sufrimiento, aprende lo que es la compasión y la humildad. Éstas le permiten encontrar el castillo del grial y  hacer las preguntas que tenía que haber hecho muchos años antes. Las dos preguntas que Parsifal deja de hacer son profundamente simbólicas y llenas de significado:
Señor, ¿qué mal te aflige?” es la pregunta que Parsifal debe dirigir al rey enfermo; y en ella se encuentra un interés sincero y una compasión hacia los demás. La segunda pregunta es: “¿A quién sirve el Grial?”.


Klingsor había robado la lanza a Amfortas, Parsifal quiere recuperarla para devolverla a su debido  guardián, el malvado le arroja la Lanza, pero se detiene en mitad del aire, por encima de su cabeza. Parsifal la coge y hace el signo de la Cruz, derrumbándose el castillo de Klingsor. Parsifal mira entonces alrededor y observa la surgida belleza de la naturaleza primaveral  al despejarse las tinieblas. Gurnemanz le explica que es Viernes Santo, cuando toda la creación se renueva por la Muerte del Salvador. Son los “encantamientos del Viernes Santo” y anuncia: Mediodía, ha llegado la hora. ¡Mi señor, permite que tu siervo te guíe! y emprenden el camino hacia el castillo del Grial.
Los caballeros del Grial urgen apasionadamente a Amfortas que descubra el Grial de nuevo, pero iracundo, dice que nunca más realizará el oficio ante la sagrada Copa, ordenando a los caballeros que lo maten si así lo desean y acaben de una vez por todas con su sufrimiento y con la vergüenza que les ha aportado. En ese momento, Parsifal se adelanta y dice que sólo un arma le puede sanar, la Lanza toca el costado de Amfortas, que queda curado y absuelto de su culpa. El mismo Parsifal ordena que se descubra el Grial, reemplazando a Amfortas como celebrante. Mientras todos los presentes se arrodillan, la poseída Kundry, liberada de su maldición y redimida, cae sin vida al suelo, al tiempo que una paloma blanca desciende sobre el Grial y sobre Parsifal.


Comentaban Liborio y María de los Ángeles, después de pedir unas cervezas al camarero del pub inglés,  que el dolor ante la muerte de un ser querido era inevitable, porque implica una separación transitoria y el dejar de experimentar la sensación física de su presencia deja un hueco que lleva un tiempo poder recomponer; también hablaron de la desorientación y el dolor que le acompañaron al rey moribundo, ese lento despojarse del cuerpo de la carne y la experiencia, como el viejo entusiasmo por vivir desaparece, el apetito y el interés por el mundo disminuye, y la vitalidad se va retirando del cuerpo.
Liborio, aún no le había relevado a María de los Ángeles hasta ese instante que en su última revisión médica le habían detectado una masa en el pulmón, que le hacía creer que su tiempo en la tierra se estaba acercando a un final. Lo tenía claro, hasta que el diagnóstico no fuera definitivo mantendría la discreción que posee un auténtico masón.
En masonería -según el guía que tuvieron en la visita cultural a la Gran Logia de Inglaterra el día antes-, la muerte significa inicio de una nueva vida, la vida masónica que comienza con la iniciación y que de forma permanentemente lo expresa el rito escocés antiguo y aceptado en las ceremonias de aumentos de grado cada vez con una mayor libertad de conciencia. Se muere al desentrañar algún misterio o incógnita, o cuando logramos desterrar la intolerancia de los dogmas y los prejuicios, al mismo tiempo, nacemos más libre de conciencia y espíritu.
Liborio en tanto que: “Ha recibido la Vida en el seno de la Muerte”,  recibida la palabra sagrada del Maestro, y escuchada la invitación del Venerable en el Oriente del Templo de Salomón: “Hermanos, que nuestra alegría sea grande en este día; aquel que era parecido a los muertos ha renunciado a los vicios que podían corromperle y ha recibido una vida nueva”,  mantenía la calma y el sosiego placentero de los iniciados, mientras que el alma de su esposa quedaba congelada en un silencio sepulcral, sin poder resbalar siquiera una lagrima por su desencajada y pálida cara.


Las personas mueren, pero no perecen, sino que de nuevo comienzan a vivir, pensaba para adentro María de los Ángeles, mientras desesperadamente su mente debatía con el demonio en el caluroso y humeante ambiente del pub: la fuerza vital es indestructible, subsiste más allá de la muerte. Estamos sometidos a un constante proceso de transformación, todo cambia e inclusive puede ser destruido, pero siempre se conserva la fuerza vital a la cual debe su existencia; lo eterno, aquello que no puede desaparecer, pues una y otra vez vuelve a resurgir en forma distinta, se renueva y vuelve a nacer.
Al rato,  relajadamente Liborio bromeó: “Tampoco vamos a dramatizar tanto, tenemos tan sólo nueve meses para nacer, y toda una vida entera para morir”.
María de los Ángeles, que de esos saberes sabe un rato, le escuchó con compasión, como pocas veces lo había hecho antes, entre resignada y cabreada por el secreto revelado.  Gracias a su amplia riqueza espiritual, adquirida de sus mil experiencias religiosas, y la formación que le ofrece una escuela espiritual de gran iluminación y sapiencia, María de los Ángeles, posee su propia idea de la vida y la muerte, los considera como dos aspectos de una mismísima realidad. La vida brota de la muerte, como la pequeña planta, del grano que se descompone en el seno de la tierra. Entiende pues la muerte como la metamorfosis del gusano de seda en una mariposa; como el proceso donde el individuo se deshace de su cubierta exterior, que le ha servido durante su vida terrenal por los años de su existencia.
~ La muerte no es real -le susurró con voz serena María de los Ángeles a Liborio para consolarle de su inevitable destino-, es ir adelante, y adelante, y adelante, a planos de vida superiores y más altos todavía, por eones sobre eones de tiempo. El universo es nuestro hogar, y con la muerte, solo estaremos explorando sus más alejados escondrijos antes del fin del tiempo.
Sollozando Liborio, cargado de emociones y de las tres cervezas negras que se había tomado durante la velada pilsen, quiso enmendar su enigma, restando mayor importancia a lo oculto con estas sentidas palabras:
~ No quiero que estos días borren los anteriores, todo al contrario quiero darte los mejores días que restan de mi existencia para redimir lo malos que te he dado. La muerte pone fin a la vida, no a nuestra relación. Nuestros cuerpos son la prisión de nuestro amor, de la que escaparemos cuando hayamos muerto. No me importa si estoy  acá o allá, solo quiero “SER”.  Sigamos siendo, como la hoja del gingko biloba, la de ese árbol del Oriente que plantamos en nuestro jardín hace tanto tiempo, un ser doble y sencillo, mitad tú, mitad yo, y por siempre estaremos fundidos eternamente en un único amor.
Al fin y al cabo,  como dice Isabel Allende en “Cuentos de Eva Luna”:
“… La muerte, con su ancestral carga de terrores, es sólo el abandono de una cáscara ya inservible, mientras que el espíritu se reintegra en la energía única del cosmos…”


Y que conste, que cualquier parecido de este cuento con la mismísima realidad, de la vida o de la muerte, es por simple y pura casualidad o el libre albedrío de los lazos del destino. No sé si será mi mejor historia de amor, pero sí la más clara y fácil de escribir y la más difícil que me resultará luego publicar. En esta ocasión, como me diría Blas: mejor será pedir perdón que permiso. ¡Como Parsifal, es que soy un loco inocente!