No es la primera vez que trato este tema en mi blog, y espero no
sea la última, ya que despierta en mi la curiosidad de descubrir enigmas y fabulosas leyendas que se
encuentran encerradas en los misteriosos castillos y cuevas de una región
repleta de historias rodeadas de un cierto
hermetismo, prohibidas y perseguidas hasta la muerte. Tanto es así que
yo mismo he guardado un tesoro en un ruinoso lugar, pero lleno de vibraciones
magnéticas y fuerzas energéticas, que tan solo es conocido por los elegidos acompañantes
y el cual será revelado en su momento a
otros buscadores cuando estén preparados para ser poseedores del secreto
escondido en las murallas del Castillo de Montsegur.
No es un viaje a la herejía en medio de los más bellos
castillos, paisajes y viñedos, ni un retroceder muchos siglos atrás para
contemplar simplemente una fascinante mirada de tiempos pasados, sino de un
encuentro con la naturaleza más próxima a la divinidad, a una de las
puertas que permiten el paso a la
transformación personal. Toda esta región del sur de Francia entró en
efervescencia turística desde la publicación del Código da Vinci de Dan Brown
que continuaría después con una serie de libros y películas basados en
documentos poco conocidos y antiguas leyendas reescritas sobre caballeros
templarios, los masones y muy especialmente en esta zona del Languedoc de las
“herejías” cátaras vinculadas a María Magdalena, Juan Bautista y a los
primitivos cristianos.
Hacer la ruta de los países cátaros solamente por el paisaje,
gastronomía y la generosa belleza de la naturaleza, ya valdría la pena, si a
eso le añadimos sus castillos, catedrales y caserones, muchos considerados
patrimonio de la humanidad, sería suficiente el motivo, pero si encima añadimos
la carga espiritual que se conserva entre sus ruinas y cuevas, lo hacen
merecedoras de ser un camino obligatorio para cualquier viajero que aprecie la
excelencia de un viaje iniciático y divino.
Esta vez, vía Barcelona, muy bien acompañado por “el deseado” hijo Carlos (de mayor siempre ocupado y desde su nacimiento permanentemente deseado), interesado en encontrar respuestas para cosas de aquí y del más allá, y por el siempre dispuesto “aprendiz” Alejandro, maletero-sobrino, habitual cómplice de mis curiosas o caprichosas prospecciones, nos adentramos con un coche negro de alquiler (seguido de cerca por otro coche blanco de escoba -y menos cilindrada- con dos escoltas “independentistas en tierras catalanas” que permanecen ajenas a nuestra trayectoria profana) por el paso de Puigcerdà en el Parc Naturel Régional des Pyrénées Catalanes de enorme riqueza patrimonial tanto por su flora y fauna como por sus instalaciones científicas, para luego pernoctar en una de las cabañas de madera -que no era de madera- en la estación vacacional de Ax-les-Termes, nuestro campamento base, donde ya en 1260, el conde de Foix construyó un hospital para leprosos, y hoy en día, sus tres balnearios son altamente reconocidos por el tratamiento del reumatismo y el tratamiento de las vías respiratorias. Dispone además de un centro termo-lúdico, los Baños de Couloubret, que ofrece bienestar y descanso en un ambiente que recuerda a la antigua Roma, y tan bien nos vino para relajarnos después de las agotadoras jornadas turísticas.
Esta vez, vía Barcelona, muy bien acompañado por “el deseado” hijo Carlos (de mayor siempre ocupado y desde su nacimiento permanentemente deseado), interesado en encontrar respuestas para cosas de aquí y del más allá, y por el siempre dispuesto “aprendiz” Alejandro, maletero-sobrino, habitual cómplice de mis curiosas o caprichosas prospecciones, nos adentramos con un coche negro de alquiler (seguido de cerca por otro coche blanco de escoba -y menos cilindrada- con dos escoltas “independentistas en tierras catalanas” que permanecen ajenas a nuestra trayectoria profana) por el paso de Puigcerdà en el Parc Naturel Régional des Pyrénées Catalanes de enorme riqueza patrimonial tanto por su flora y fauna como por sus instalaciones científicas, para luego pernoctar en una de las cabañas de madera -que no era de madera- en la estación vacacional de Ax-les-Termes, nuestro campamento base, donde ya en 1260, el conde de Foix construyó un hospital para leprosos, y hoy en día, sus tres balnearios son altamente reconocidos por el tratamiento del reumatismo y el tratamiento de las vías respiratorias. Dispone además de un centro termo-lúdico, los Baños de Couloubret, que ofrece bienestar y descanso en un ambiente que recuerda a la antigua Roma, y tan bien nos vino para relajarnos después de las agotadoras jornadas turísticas.
Al siguiente día, bien temprano cogimos camino a uno de esos
lugares extraños que motiva el viaje: Rennes-le-Château, es un pueblo que aún
no ha revelado sus misterios, situado sobre una colina en el corazón de la
Haute Vallèe de l’Aude. Allí descubrimos con la mejor guía que pudiéramos
tener, una gran experta en la materia que nos acompaña en la sombra y no quiere
siquiera ser nombrada en el relato, visitamos la Villa Bethania con su torrre
Magdala y la enigmática iglesia de la Domaine de l’Abbe Sauniêre con María
Magdalena, donde en la antigua rectoría, hoy museo, nos relataron la increíble historia de Berenger Sauniere,
cura de un pueblo humilde que cambio para siempre el destino de esta pequeña
localidad sin historia. Se dice que había descubierto un tesoro …, para tanto
no es la cosa le pareció a Carlos ...., la iglesia de Valsequillo es mejor ...,
y el cura…?
En realidad no debería descartarse ninguna leyenda o tradición
verbal en una región donde durante siglos, expresar lo que se pensaba podía
resultar quemante. Puede ser que los cátaros no fueran los herederos de algún
secreto o tesoro de los inicios del cristianismo, suficiente para hacerlos
nadar en la abundancia, pero sus iglesias, castillos y ciudadelas eran un
enorme despliegue de riquezas y potencialmente capaces de provocar envidias mortales,
más allá de esa cuestión de si Jesús tuvo esposa y descendencia.
Si bueno fue el día anterior, este fue la pasada, totalmente
luminoso y transparente, temperatura agradable, hermoso cielo azul; hasta los
lugareños acostumbrados al frío otoñal, comentaban sorprendidos que a mitad de
septiembre pocas veces habían gozado de un día tan espléndido como este. Las
terrazas estaban repletas de princesas cátaras al sol y de moteros
Harley-Davidson en el weekend. El desayuno al aire libre, el crujiente croissant,
el pan de carne y queso gruyere, reconforta y da la necesaria energía al cuerpo
para empezar la amplia jornada que nos esperaba.
Nada mejor para aprovechar la mañana que visitar el excelente
parque temático de la prehistoria que se encuentra en Tarascon; nos sirvió para
interpretar lo que después veríamos a la tarde en la cueva de Lombrives, la más
amplia de Europa, también llamada la cueva de los acorralados, ya que fue
refugio de todos los que han sido perseguidos: cátaros, templarios,
francmasones, etc.; así como lo representado en la gruta de Niaux, para mejor
valorar con conocimiento científico el arte rupestre en las numerosas pinturas
de bisontes, cabras y caballos que se encuentran en su interior y admirar
las filigranas realizadas por los magdalenienses
hace más de diez mil años, que aún hoy en día es fuente de inspiración del arte
contemporáneo. Ojo, para entrar en la cueva de Niaux reserven con tiempo,
nosotros lo hicimos el día anterior, ya que solo hacen visitas guiadas de
veinte personas cada dos horas, y tiene según la época turística una fuerte
demanda de visitantes. Menos mal que lo escribo y no lo pronuncio, porque mi
francés me dejaría en ridículo y sería de nuevo causa de risa permanente para
mis compañeros de viaje.
Después de una beneficiosa noche de póker (9 euros) con estos
pardillos en la cabaña (siempre pierde el que más sabe),
amanece un nuevo día nublado (luego despejó) que no nos quita el ánimo de
levantarse para no perder el poco tiempo que disponíamos para lograr el segundo
reto del viaje: subir al castillo de Montsegur; no era cuestión de quemar en la
hoguera a los nuevos herejes sino de quemar la grasa de las chuletas de cerdo
que nos comimos la noche anterior y la que se deposita, día a día, en mi
abultada barriga cervecera con una escalada a la cima de la abrupta y escarpada
montaña de Montsegur a través de un sendero que con bastante esfuerzo superé
con la lengua fuera y escandalosos resoplidos
que buscaban desesperadamente el aire que me faltaba. Bastantes
paraditas para disfrutar de la vista... y para coger resuello y disminuir los riesgos
de infarto. Paso a paso, recordaba que peor fue la cruzada contra los
albigenses, todo un derroche de crueldad por una cuestión de doctrina; al
tiempo, disfrutaba el colorido de un paisaje que ofrece la gran variedad de
arboles y la diversidad de cultivos agrícolas; el gratificante descanso entre
las ruinas de la fortificación que fortalece el alma con su energía; el
entusiasmo por alcanzar la cima sería el premio a la perseverancia de vencer un
miedo y de cumplir lo soñado.
Y ahí está, ahí está, la muralla del más allá … Cruzamos la
puerta unidos y al paso, con los brazos entrelazados a mis dos columnas (hijo y
sobrino) al son de un alegre canto triunfal. Una fortaleza sin techo, cubierto
por el mejor cielo al cambiar el tiempo, fue una insuperable tentación en mi primera instancia, cinco años antes, el
guardar entre las hileras de piedras de la muralla una moneda, pensando en que
mi nieto la recuperaría algún día y recordaría por un instante a su abuelo,
aquel que le contaba un cuento sobre un tesoro escondido en el Castillo de
Montsegur por tres cátaros, que posee la
fuerza, la belleza y la sabiduría de los hombres y mujeres reconocidos como puros y perfectos:
el santo grial.
Nunca podré pagar a mis bastones humanos, el ánimo desbordante,
la amena música, la ilusión compartida,
pero sobre todo como recompensar el sufrimiento de verme al borde de la fatiga con
el disimulo de una preocupada sonrisa. Por ello, los tres nuevos iniciados
cátaros, después de añadir nuevos abalorios al tesoro que se conserva
perfectamente en las paredes del castillo, fueron nombrados sagradamente según
un ritual antiguo, imponiéndoles un collar que contiene una espiral guanche de
plata de ley en una piedra volcánica triangular, símbolo de la nueva hermandad
canaria: Guardián de la Triple Alianza Cátara y del Santo Grial de Montsegur.
Dejamos para el tercer tramo del viaje iniciático, la conquista
de la bastilla construida sobre las ruinas de una fortaleza romana, « La Cité »
de Carcassonne. Fue en el siglo XIII campo de batalla de la persecución llevada
a cabo por Simón de Montfort contra los herejes, protegidos por Raymond
Trencavel, vizconde de Carcassonne. Luego de la destrucción de la ciudad durante
los combates, San Louis autoriza a los habitantes la construcción de una
bastilla que lleva su nombre, en el lado izquierdo del río « Aude », que
posteriormente gran parte de la misma sería incendiada por el Príncipe Negro.
En el siglo XIX la vida cultural es muy rica y la ciudad medieval gana en
prosperidad gracias a las industrias textiles y a la agricultura vinícola. Hoy
goza turísticamente de un gran renombre mundial y ha sido considerada patrimonio
de la humanidad.
Ya saben: tres templarios canarios en tierras extranjeras con
ganas de nuevas luces y disfrutar de los más preciados manjares y licores de la
cocina francesa del medievo, la tradicional “cassoulet de confit de pato” y la
degustación de los vinos de la tierra, ¡no lo ibamos a perdonar estando en
Carcassonne! Para recuperarnos de la travesía por los ondulados campos de
viñedos y quitarnos el cansancio del camino, nos echamos un spa con masaje de
cuarenta minutos incluido que nos deja como nuevo para afrontar una noche de
etiqueta “Especial Caco” en la que celebramos la onomástica de una dama. Nos
habíamos parado previamente en un Carrefur para comprar lo necesario para el
capricho de la última cena cátara…, la copa…, la recopa…, y los champiñones…,
¡para que contar!
El magret de canard con cebolla confitada y mermelada de naranja,
pacientemente preparado en los pequeños fuegos de la rústica cocina de la cabaña
por mi querido hijo-cocinero, pasará a mi memoria como una degustación que
complacería al mayor sibarita del mundo. El cava de Limoux nos sirvió para brindar
por la satisfacción de haber logrado lo pretendido, cada uno y cada cual su
vivencia. Todo acaba con un gran final, y como en los cuentos, nosotros comimos
pato y fuimos muy felices. Eso sí, deseando un feliz regreso a nuestro hogar
para contarlo y disfrutarlo de nuevo con nuestros seres más queridos que no
pudieron acompañarnos en esta ocasión, darle las gracias a todos los que
hicieron posible este fraternal viaje y comprometernos a conservar el secreto y
ser los custodios de nuestro templo familiar.
Al grito de: ¡Mira y descúbrete! Escondimos nuestros sueños en
un rincón de nuestro interior para que nada, ni nadie que no quiera soñarlo, pueda robárnoslo. ¿Volveremos a renacer?
En mayo del 2012 hice una entrada al blog llamada "AMENO" donde cuento la historia de los cátaros, y en cierta forma, el sueño de "un viaje divino". Te invito a que le pongas música a este viaje.
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