El 21 del 12 es un día señalado
por muchas de las antiguas culturas como uno de los más propicios para invocar
la protección de los dioses. Tiene sus orígenes en el comienzo del comienzo de los tiempos, y es una de
las celebraciones que nos aúnan a todos los habitantes de este planeta. No pertenece a una religión o creencia, ni es
propia de una etnia, o casta, o clase, no pertenece a Oriente ni a Occidente,
porque es una fiesta universal. Los etruscos, egipcios,
romanos, celtas, mayas, aztecas, etc., casi todos nuestros antepasados han
celebrado a la entrada del invierno un culto que tiene, más o menos, el mismo
simbolismo: Alabar la gloria del Gran Arquitecto del Universo.
No me considero un pagano y
mucho menos un blasfemo, todo al contrario, creo, admiro y siento las
divinidades que me ofrece la naturaleza, y el cosmos me acerca al Dios que
construye incansablemente todos los
universos existentes, pasados y futuros. Ponle el nombre que quieras o incluso
ni lo nombres, pero la creencia universal de un Ser Supremo se me
presenta imprescindible para entender y comprender a la Humanidad, al mundo que
nos rodea, y hasta lo que no somos capaces de percibir y apreciar en estos
momentos.
Adorar a Dios a través de las
cosas que ha creado no es nada nuevo.
Hombres y mujeres, los animales, las plantas, el agua, la tierra, los
planetas, las estrellas, etc. , tienen algo que no es de ellos mismos, que
viene heredado, que fue concebido por otros, fruto del que siempre permanece
eterno. Este espíritu es el que me lleva hablar hoy del solsticio de invierno,
un momento mágico que me conecta con toda la humanidad y una ocasión propicia
para fraternizar universalmente al abrirse simbólicamente una de las llamadas puertas
celestiales.
Astronómicamente, los solsticios son los momentos en los que el Sol alcanza
la máxima declinación norte (+23º 27’) o sur (−23º 27’) con respecto al ecuador
terrestre. En el solsticio de verano del hemisferio Norte el Sol alcanza el cenit al mediodía
sobre el Trópico de Cáncer y en el solsticio de invierno alcanza el cenit al mediodía sobre el Trópico de Capricornio. Ocurre dos veces por año: el 20 o el 21 de junio y el 21 o el 22 de
diciembre de cada año. El solsticio de diciembre, ocurre alrededor del 21 de diciembre. Se le denomina «de invierno» en el Hemisferio Norte, o «de verano» en el Hemisferio Sur.
¿Qué tiene este día de especial, este año? Nada que no se haya repetido todos los días anteriores, sale el Sol y
se vuelve a poner, tan solo que estará con nosotros menos tiempo al vivir en el
hemisferio norte y más tiempo con otros que están en el hemisferio sur; es el
día que unos recibimos la mínima radiación solar y otros la máxima, pero tiene
en particular que tanto unos como otros, muchos hombres y mujeres de este
planeta Tierra, apreciaremos y admiramos al unísono, de una forma fraternal, su
fuerza, su energía y su luz.
Dejaré para otra vez el solsticio de junio y me centraré en este solsticio
de diciembre, cuando en el polo norte no saldrá el Sol y en el circulo polar antártico
será el único día del año que el Sol permanecerá sobre el horizonte durante las
24 horas. Este año ocurrirá a las 11 horas y 12 minutos, hora canaria, el 21 del 12 de 2012, será el momento del año en
que el Sol alcance su menor altura aparente en el cielo. Celebraremos el
solsticio de invierno, el día más corto y la noche más larga. Si bien en el
solsticio de verano se ocultó por Tenerife y se fue con el padre Teide, a las 9
de la noche, hoy desde la Playa Las Canteras lo veré marcharse tres horas
antes, por Gran Canaria, para encontrarse en Tejeda con el Roque Nublo en este
solsticio de invierno.
Atardecer en Junio 2012 |
Atardecer en Diciembre 2012 |
En el solsticio de diciembre, especialmente en
las culturas romana y celta, se festejaba el regreso del Sol. A partir de esta fecha los días
empezaban a alargarse. Esto se atribuía a un triunfo del Sol sobre las tinieblas, que se
celebraba con fogatas. Posteriormente la Iglesia Católica decidió situar en una fecha cercana, el 25 de diciembre, la "Natividad de Jesucristo", otorgándole
el mismo carácter simbólico del renacer de la esperanza y de la luz en el mundo
y tratando así de disipar al mismo tiempo la festividad pagana previa, denominada "Sol Invictus".
Los celtas y después sus herederos los wiccas celebraban el "Ritual de Yule" en el solsticio de invierno para invocar la protección de sus dioses. El árbol
que tan vinculado se encontraba al hombre pagano, el hombre verde, era el
protagonista de la celebración. Cuentan las leyendas que existía un ritual
mágico para regenerar la tierra, regándola con energía vital (sangre o esperma)
para que fructificara.
La tradición habla del "Árbol de la Vida", práctica mágica que consistía en
cavar en el claro del bosque donde los druidas realizaban sus rituales y se
reunían en asamblea para tomar decisiones, un enorme hoyo en el que plantaban
un enorme tronco de árbol, pelándolo de todo follaje como un inmenso falo, y al
que regaban con el esperma humano de los habitantes masculinos del poblado. De
esa forma ellos pensaban que la energía vital de los hombres entregada
generosamente a la madre Gaia, revertiría en primavera, en fructíferas
cosechas.
Podría hablar de cómo la vibración del fuego hace salir de su escondite a
duendes, hadas y elfos en baile de fantasía con dragones y salamandras, ya sea
en castillos encantados, o bosques mágicos, pero la mayoría de nosotros no
tenemos acceso a esa visión, mientras que si podemos percibir las de nuestros
seres queridos en confraternización generosa, y mano con mano unidas en un
único deseo, abrir las puertas de la armonía y una vez más el Amor desciende a
la tierra. La atmósfera se carga de un aliento sobrenatural y es el momento
propicio para sentir escalofríos, estremecernos, ilusionarnos y alucinarnos de
tanta belleza. Emoción que viví personalmente delante de un cuadro de Henry y
Hornel en un museo de Escocia que se inspira en un ritual celta donde los druidas engalanados con sus joyas celtas y
pictas, se encaramaban a un roble sagrado y cortaban el acebo con una hoz de
oro, y a continuación sacrificar dos toros para ser bendecidos por los dioses.
De nuestros ancestros hemos heredado la costumbre del árbol de Navidad, en
estas fecha decoramos nuestro árbol con chispas de luz, bolas mágicas, campanas
de cristal, duendes, hadas y enanos y miles de símbolos que le dan vida y
fuerza a esta noche tan larga, y al amanecer la tierra nos devuelve la energía
que pusimos en el árbol, mediante los regalos realizados con amor por nuestra
“poblada tribu”. Frente a nuestro árbol, brindamos por nuestro amor, nos
deseamos un futuro auspicioso y nos intercambiamos abrazos y promesas de
amistad eterna. Esa es la magia del árbol de Navidad.
Este solsticio cuando nuestros espíritus palpiten de magia pura, será uno
de los momentos del año en el que nuestros corazones se aproximen más
generosamente, porque habrá un objetivo
común: la esperanza de un mañana mejor en esta rueda de la vida.
P.D.: Como siempre gracias a Wikipedia; a Amanda por su artículo en la web de la Esquina Mágica y a David Bellingham por su libro "Los Celtas, Cultura y Mitología".
Este año más que nunca, siento que los dioses, los hados han estado de mi parte, me han regalado su protección. El 21 de diciembre del 2012 me encontraba inmersa en la Madre Tierra. Me encontraba en Senegal, Toubab Dialaw, a 53 km de Dakar. Después de haber conocido, durante los primeros 15 días, a gente maravillosa en el curso de Danse et Culture sénégalaise. Estaba sola hasta el día 30 en que regresaba. Y paseé por sus calles polvorientas, compartiendo momentos únicos con ellos. Formé parte del ritual del té, con mi amigo Ismael. Estuve en varios conciertos del Festival des Formes et des Rythmes du Monde, que se celebraba allí mismo, del 15 al 31 diciembre. Esta África de la que tan poco sabía, me abrió sus brazos de par en par. Llena de culturas milenarias, con sus costumbres, mercados bulliciosos, gentes amables y agradecidas. Gentes caminando a todas horas, sentados a todas horas, riendo a todas horas, charlando a todas horas, mirando a todas horas,... Me encontraba entre la esencia y el ser. Me despertaba temprano para coger al sol saliendo por la laguna, para desperezarme con los primeros rayos, estirando, corriendo, cantando y bailando. Pocas personas a esa hora, Madame Germaine y Helmut, algunos locales rezando, con sus cuentas en la mano. Por las tardes, al ponerse el sol, volvía a la mar océana, paseaba por sus amplias playas, algunos pescadores pertrechados con todas sus armas, sencillas redes que lanzaban con la mano o con sus cañas en la orilla, subidos en las rocas por adentrase un poco más en busca de ese preciado tesoro que supone una dorada o una trucha con los que adornar el arroz o la sémola. Los reflejos que el sol dejaba en esos cuerpos tan negros, los volvía morados y parecían visiones mágicas de tierras lejanas pero que ya empezaba a sentirlas tan mías. El colorido de los trajes de sus mujeres, el contraste en esa piel tan negra, tan elegantes en su caminar y sonrientes como si de un desfile de alta costura se tratara. No he tenido tiempo de acercarme a los templos, las mezquitas más grandes de esta parte de África, la llamada sub-sahariana, que tan cerca las tenía. Tengo que volver, para que los dioses no se olviden de mí.
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