sábado, 9 de marzo de 2013

Hermetismo y Rosacruz


El Hermetismo es la designación dada a la corriente de pensamiento basada en la enseñanzas de Hermes Trismegisto, "Hermes Tres Veces Grande", legendario filósofo egipcio, cuyo nombre está asociado a una deidad sincrética que combina aspectos del dios griego Hermes y del dios egipcio Thoth.


Los documentos más importantes atribuidos a Hermes son el Asclepios, la Tabla Esmeralda y el grupo de textos que fue designado como el Corpus Hermeticum. Las ideas y conceptos presentados en ellos influyeron profundamente en la Edad Media y en el Renacimiento occidental, auspiciando la moderna mentalidad científica , entre otros, a través de la alquimia, la astrología , la magia o la medicina.
 El “mito de la caverna” descrito en “La República” de Platón apunta los elementos fundamentales de la situación en la que vive el hombre, según el pensamiento hermético: la humanidad se halla en lo más profundo de una caverna, la luz que penetra en ella por su entrada proyecta sombras fantasmagóricas en sus paredes, y los hombres, hechizados, perciben tales sombras como la realidad. Sólo cuando alcanzan a comprender interiormente que esas sombras no son la verdadera realidad sino sólo una proyección de la misma, pueden liberarse del engaño, salir a la luz y contemplar la realidad en toda su plenitud verdadera.

El movimiento Rosacruz influido por el pensamiento hermético, tuvo su origen hace 400 años, en los inicios del siglo XVII, fruto de la reflexión espiritual de un grupo de eruditos, místicos y teósofos del sur de Alemania, que concibieron la historia de un personaje, Cristián Rosacruz, sobre el cual escribieron tres Manifiestos. En ellos, se invitaba a los sabios y eruditos de Europa a emprender una reforma general del mundo, por medio de un cristianismo hermético y una investigación más profunda de las leyes de la naturaleza.
La influencia del pensamiento Rosacruz en la tradición occidental moderna es extremadamente notable. Pensadores como Jakob Böhme, Robert Fludd, René Descartes, Francis Bacon, Juan A. Cormenio, Isaac Newton, Robert Boyle, Gottfried W. Leibniz, Karl von Eckartshausen o Johann W. Goethe, mantuvieron una orientación humanista rosacruz.
Los rosacruces estiman que mediante una mente amplia y limpia, y un corazón grande y noble, el ser humano es capaz de remontarse no solo sobre sí mismo y obtener el más elevado conocimiento acerca de quién es, sino también acerca de aquello de que es parte integrante. Afirman, que podrás preguntar y obtener una respuesta  que te satisfaga, a las inevitables preguntas:
¿De donde venimos? ¿Por qué estamos aquí? y ¿Hacia donde vamos?


Dios es el origen de todas las cosas, su esencia es la eternidad y el mundo es su materia, dice Poimandres a Hermes en el segundo libro del Corpus Hermeticum.
Toda la creación proviene de este impulso espiritual y lo divino se puede encontrar en cada brizna de hierba, en el aleteo sutil del aire, en el centelleo fugaz de las estrellas. Toda la naturaleza respira el amor de Dios.
Para el hermetismo, el hombre verdadero es un ser divino y eterno, emanado del Espíritu Universal, creado por el Gran Arquitecto y, como tal, poseedor en potencia de todos los atributos de la divinidad.
En la actualidad, en diversas áreas de la ciencia, se llega a conclusiones y puntos de vista similares a los presentados en los preceptos herméticos como basé sólida de conocimiento. La Masonería, el Martinismo o la Teosofía, por citar sólo algunos ejemplos, se consideran herederos de su legado. Con el inicio del siglo XX, se asistió a su resurgimiento de la tradición Rosacruz y muchos movimientos adaptaron esa designación como emblema de su trabajo.


El pensamiento hermético huye de la rotundidad, de lo claro y evidente, presentándose discretamente llena de sombras y matices, en el secreto, en el profundo misterio, para que en su encuentro se produzca el reconocimiento interior de una sabiduría perdida y olvidada, oculta en nuestro silencio. El ser humano es el intérprete que interioriza el universo en su contemplación y articula la palabra, exteriorizándola, en su recitación.
El silencio, que significa algo más que la interrupción de los sonidos o el reverso del lenguaje oral, posee, contradictoriamente, una poderosa dimensión comunicativa y una extraña capacidad para facilitar la entrada en el mundo del espíritu, el pensamiento y las artes. Es tanto como el habla, una forma de conocimiento, la llave que permite introducirse en la complejidad de la conciencia. Desde el silencio puede analizarse otra perspectiva de la conducta humana, interpretar críticamente la cultura y explicar de un modo sutil y poco habitual toda construcción metafísica.
La interpretación es un ejercicio personal intransferible, un viaje hermenéutico  en la revelación que no cabe delegar, aunque eso sí, un recorrido en que el peregrino sigue los pasos de los profetas.

Fuente documental: Fundación Rosacruz

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