Reflexionar
sobre la muerte tiene por objeto producir un auténtico cambio en lo más hondo
del corazón. Muchas veces esto exige un periodo de retiro y contemplación
profunda, porque sólo eso puede abrirnos verdaderamente los ojos a los que
estamos haciendo con nuestra vida. El fruto de una reflexión frecuente y sobre
la muerte será una sensación de "emerger",
muchas veces con una cierta repugnancia, de los comportamientos habituales. Se
sentirá cada vez mas dispuesto a abandonarlos y, al final, podrá liberarse de
ellos con total facilidad, dicen los maestros tibetanos, "como si extrajera un pelo de un trozo de mantequilla".
Después
de meditar obligatoriamente todos los días sobre la muerte he aprendido a reducir
el miedo a morir y a vivir plenamente. Según la sabiduría de Buda, realmente
podemos utilizar nuestra vida para prepararnos para la muerte. No tenemos que
esperar a que la dolorosa muerte de un ser querido o la conmoción de una
enfermedad terminal nos obliguen a examinar nuestra vida. Tampoco estamos
condenados, al morir, a ir con las manos vacías al encuentro de lo desconocido.
podemos empezar aquí y ahora a encontrar en sentido a nuestra vida. podemos
hacer de cada instante una oportunidad de cambiar y prepararnos, de todo
corazón, con precisión y serenidad, para la muerte y la eternidad.
El descubrimiento todavía revolucionario del budismo es que la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar. La mente se revela cómo base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y creadora del sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte. Una de las principales razones por las que tanto nos cuesta y tanta angustia nos produce afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de la impertinencia.
Sugerente
y acertado concepto este de la "impermanencia"
que me ofrece los "Destellos de Sabiduría"
de Sogyal Rimpoché. ¿Que puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos
y emociones? ¿Tiene usted idea de lo que va a pensar y sentir la semana que
viene? Nuestra mente en realidad es tan vacía, tan impermanente y tan efímera
como un sueño. Lo único que tenemos en realidad es el ahora.
Debemos
descubrir nuestra auténtica naturaleza y encontrar así la estabilidad y la confianza
que necesitamos para vivir, y morir, bien. La muerte es como el tiempo:
inevitable, pero conocerla y preverla puede reducir considerablemente sus daños
y sufrimiento. Si nuestro deseo más profundo es vivir y seguir viviendo, ¿Por
qué insistimos ciegamente en que la muerte es el fin? ¿Por qué no intentamos al
menos explorar la posibilidad de que exista una vida más allá? ¿Por qué no
empezamos a preguntarnos seriamente dónde está nuestro futuro real? Después de
todo, pocos o nadie vive más de cien años. Y después de eso se extiende toda la
eternidad, de la que ignoramos todo.

Como
cualquier cosa que se diga en latín, suena más profunda: Vi Veri Veniversum Vivus Vici. "Por el poder de la verdad, yo, estando vivo,
he conquistado el universo". Johann Wolfgang von Goethe, de su obra “Fausto”. En este caso es que es hasta
mas bonita la sentencia en latín para mi
al empezar todas las palabras con la uve de Valdivielso. Aunque otros
preferirán algo que les resultará más contundente: Mors certa, hora incerta. "La muerte es cierta, su hora desconocida". Este adagio de
origen remoto, que figuraba en muchos relojes centroeuropeos no debía tomarse como un mensaje pesimista sobre la
inexorabilidad de la muerte, sino, en contra de lo que predicaba la religión,
como la necesidad de aprovechar cada momento y disfrutarlo.
Espero
no morir del todo, sin embargo, para
con humildad concluir, me aplico la frase que repetía con insistencia el siervo
de aquel general que desfilaba victorioso por las calles de Roma que le recordaba las limitaciones de la naturaleza
humana: "Recuerda que has de morir".
Si lo quieres en latín: Memento morí
Como
habrás visto, los tibetanos y los romanos hablaron de lo mismo: Reflexiones sobre la vida y la muerte.
Murieron y siguen viviendo. Igual que yo, sabiendo que no puedo eludirlas, no
veo sentido preocuparme más por ellas.