martes, 6 de diciembre de 2011

Johann Valentin Andreae

  

Cada año en febrero suelo visitar la Messe Frankfurt, acompañando a MT. Soy un neoturista perfecto, combino el ocio, la cultura y el trabajo, me satisface tanto ir a la feria como visitar un museo o relajarme en un spa; aprovecharé la ocasión una vez más para rentabilizar el viaje descubriendo nuevos productos con el afán de innovarme en lo laboral, descubrir un personaje ilustre que me aporte nuevos conocimientos, y sobre todo, disfrutar el camino dando placer a todos los sentidos, compartiéndolo con la posiblemente mejor compañera de viaje.

Después de Beethoven (Bonn), Goethe (Fráncfort), y Marx (Trier), de los cuales conservo su música, poesía y filosofía, al tiempo que recuerdo su paisaje, nos complace ir ahora si Dios quiere un poquito más al sur, en busca de un desconocido pero no menos interesante personaje, que nació el 27 de agosto de 1586, en el seno de una piadosa familia luterana, en la ciudad de Herrenberg, al suroeste de Stuttgart.

Fué sin duda su enorme inquietud intelectual y su profunda aspiración de reformar el mundo, lo que le llevó a escribir más de 100 obras, la mayoría inéditas a los españoles, con la excepción claro está, de los manifiestos rosacrucianos publicados por sus adeptos. La obra más valiosa en su etapa juvenil fue “Theodosius”, dos volúmenes bastante extensos en que propone su idea sobre lo que debe ser un buen educador.

Donde nuestro personaje no pasa inadvertido es en el campo de la literatura ocultista. Esta dimensión esotérica es casi la única que se asocia con él cuando se le menciona, con un halo de misterio y suspense que acaba por hacerle aparecer como un interesante conspirador cósmico, apagando injustamente el conjunto de su extensa y variada actividad literaria, ocultando su verdadera personalidad intelectual y humana.

En el año 1614 ve la luz el escrito más característico del mito rosacruciano, sin nombre de autor: Fama Fraternitatis. Va dirigido a los rectores, estamentos y letrados de Europa, relata la vida del hermano Christian Rosencreütz, fundador de la Fraternidad de la Rosa-Cruz, y promete, usando modales esotéricos y apocalípticos, una filosofía nueva y la transformación del mundo. El impacto de la Fama fue enorme, los personajes más señeros de la época se vieron empujados por ella, unos pidiendo o proclamando su pertenencia a la hermandad, otros negándola y otros burlándose de una asociación que pretendía renovar las ciencias nada menos que mediante la alquimia, la magia y la cábala. Al año siguiente salió una segunda edición de la Fama y la publicación  del segundo manifiesto rosacruz llamado Confessio Fraternitatis.

No tardó en aparecer el tercero de los manifiestos, también sin nombre de autor, Las bodas alquímicas de Christian Rosencreütz: Año 1459, que se atribuyo primeramente a Belsod y posteriormente a Johann Valentin Andreae por los indicios literarios y la presencia en los tres escritos del misterioso protagonista, C.R., si bien él lo negara en público, incluso en juramento por los problemas que le pudiera acarrear la discutida y controvertida proclama.

Los tres objetivos reformistas que se anuncian con cierta vaguedad en los Manifiestos, los repetirá Johann Valentin con más precisión en casi todos sus escritos, especialmente en su “Cristianápolis”, donde el trío «piedad», «probidad» y «erudición» o sus sinónimos es un estribillo que aparece en todas las páginas. En ésta obra se narra el viaje de Christian Rosenkreuz por los países árabes y por España donde entra en contacto con los sabios de estas naciones y aprende los axiomas de todas las facultades, de todas las artes y de la naturaleza entera, a las que encuentra en armonía con su fe y compendiadas en el hombre. Y el interés por conocerlos es tanto como el interés por conocer, admirar y reverenciar a Dios, único autor de esa sinfonía universal.

Cristianópolis, una ciudad utópica en la isla de Cafarsalama, situada en el Antártico, es el refugio de la religión expatriada, es decir, el refugio de todos los buenos creyentes que el mundo ha perseguido y expulsado de sus confines. Reunidos aquí, construyeron la ciudad de Cristianópolis, hogar o, mejor, baluarte de la verdad y de la bondad.

El trabajo que se realiza en Cristianópolis, una ciudad de 400 habitantes, es mayormente artesanal. La ciudad entera es como un único taller, si bien de productos muy diferentes. Puesto que todos ejercen algún oficio o desempeñan alguna otra labor, es mucho el tiempo que les queda libre, el cual no lo pasan en la ociosidad, que les da vergüenza, sino que lo aprovechan para dar curso a la ingeniosidad y jugar a los inventos. Nada extraño, por tanto, que lo consideren sano para el cuerpo y que no quieran siquiera llamarlo trabajo, sino ejercitación de las manos.

En la historia reconocida y aceptada del personaje constatamos su paso por la Universidad de Tübingen donde estudió filosofía y teología, y en su curriculum vitae figura que fue diácono en la ciudad de Vaihingen a los 28 años, decano en Calw, predicador en la corte, y abad de Bebenhausen. Ahora bien, en la historia oculta y no aceptada públicamente por razones obvias, no tiene por qué ser menos cierto que fue  Gran Maestre del Priorato de Sión, Hermano Mayor de la Fraternidad Rosa-Cruz y Maestro de los Templarios, entre otros cargos y honores.

Al ingresar, ya mayor, en una Sociedad Académica, Johann Valentin elige el sobrenombre de «Mürbe» (el Mórbido), y como emblema un musgo adherido a un árbol con la leyenda «Noch grünts» (todavía verdeguea), cuyo tono jovial contrasta con el cansancio y desilusión que refleja la otra leyenda que hizo poner en su escudo de armas, «Sufficit» (basta), como puede verse en el anterior retrato. En su autobiografía relata que le era duro asistir con absoluta impotencia al sometimiento de la Iglesia a los intereses del Estado, el cesaropapismo que con tanto celo había combatido siempre o, como él gustaba de llamarlo en su particular clave esotérica, el Apap (el papa al revés).

En 1654 moría en Stuttgart y era enterrado en el cementerio de la iglesia-hospital (Hospitalkirche). Su hijo Gottlieb nos cuenta los últimos momentos de la vida de su padre: Al sentir cercana la muerte, Johann Valentin se revistió de sus ornamentos sacerdotales y recibió la sagrada eucaristía en compañía de sus familiares y amigos. Asistido por las oraciones de los siete clérigos que rodeaban su lecho, recitó con voz quebrada pero muy clara los doce artículos del credo que su mujer le iba leyendo por delante. «Me siento bien, indeciblemente bien», musitó poco antes de morir -o de dormirse, pues como él mismo había escrito en su utopía, lo cristianopolitanos llaman sueño a la muerte.

A un cristiano, dicen en Cristianópolis, se le debe el parabién, no el pésame, ni pompas. Escuchan la palabra de Dios, que les anima frente a la muerte y les instruye frente a la vida. Lo que cada uno haya sido Dios lo sabe, lo dice y lo recordará la posteridad. Apenas hago memoria del feliz finado, porque es casi imposible, hacerla sin falseamientos, por ello adornaré tan solo esta sucinta semblanza a Johann Valentin Andreae, transcribiendo literalmente el último párrafo de Cristianópolis, prendado por su emotiva y fraternal despedida:

Mientras dice esto, suenan las doce del mediodía y se oye la dulce melodía de las campanillas, que es el aviso para la oración solemne. Me saluda entonces y me ruega que vaya en el Señor y que vuelva sano y salvo bajo la guía de Dios con el mayor número posible de compañeros. Y al extenderme la mano derecha del amor de Cristo, me dijo:
—Ten cuidado, hermano mío, de no retornar al mundo y alejarte de nosotros.
A lo que yo contesté con emoción:
—Donde tú morares, allí moraré yo; nuestro pueblo será el mismo, el mismo nuestro Dios; donde tú murieres, moriré yo y allí seré sepultado y, ¡ojalá Jehová me sea tan propicio que solamente la muerte me arranque de tu lado! Con esto recibo la bendición con el ósculo de la paz, y me marcho, y ya estoy entre vosotros para, si os gusta esta república, este culto de Dios, el comportamiento de estos hombres, su formación de espíritu, os vayáis allí pronto conmigo todos los que sois buenos junto con el buen Dios. Adiós y salud en Cristo.

GNV, con la ayuda del venerable maestro Johann Valentin Andreae.

1 comentario:

  1. Otro 27 de agosto, pero en 1770, muy cerca, en Stuttgart nació Georg Wilhelm Friedrich Hegel. El revolucionario de la Dialéctica y padre del idealismo filosófico. ¿Casualidad? Me pasaré por allí.

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