Entre los antiguos, la acacia era tenida como una planta
maravillosa, por sus propiedades curativas, y la creían de suma eficacia para
ahuyentar la mala suerte. Fue muy apreciada en las
antiguas culturas del Medio Oriente por su madera, especialmente resistente a la
putrefacción (con ella construyeron el tabernáculo), siendo reconocida, como símbolo de la resurrección, inmortalidad o perpetuidad. Las
abejas liban entre sus espinosas ramas el dulce néctar de sus flores amarillas y blancas, con el que se elabora una de las mejores y más apreciadas mieles del mundo. La imagen de la abeja representa buenos augurios, buenas noticias y
posibilidades de lograr en la vida todo aquello que nos propongamos. La abeja, curiosamente, también es un símbolo del comportamiento ordenado y
perfecto; modelo de virtud y constancia.
Hoy, cuando todos los valores parecen tener la duración
de un abrir y cerrar de ojos, hemos de recurrir de nuevo al símbolo de la
Acacia, para decir que lo fácil no es siempre lo eterno; que el abandono de
valores éticos avalados por miles de años y producto del reflexionar filosófico
de culturas que hicieron del pensar una disciplina, no es lo correcto y que
pasar de los problemas de nuestro mundo, lugar donde estamos condenados a
convivir fraternalmente, so pena de desaparecer como especie, no es el camino a
seguir.
El consumismo triunfante, una desesperada carrera hacia
el vacío, nos ha convertido en buscadores de bienes inútiles que, debido a una
disfunción de nuestro sentido común, después de poseídos, nos producen hastío e
insatisfacción. Nos hemos convertido en
acaparadores de cosas que, bien visto, solamente para calmar nuestras ansias de
tener sirven, pero que, al poco tiempo, y después de abandonarlas en el
trastero de nuestro olvido, nos conducen al compulsivo deseo de adquirir más. Nos
falta el necesario sosiego y equilibrio para la reflexión sobre lo que
realmente necesitamos.
La Acacia, el árbol del que hablábamos al principio como
símbolo de lo perpetuo, tiene en la dualidad de sus flores y espinas, un claro
ejemplo de nuestra humana condición: mal y bien, dolor y placer. Sabemos, si
nos atrevemos a reflexionar sobre el SER, que nuestra vida está compuesta de facetas duales imposibles de soslayar.
Intentar olvidarnos de ello, sumergirnos en el NO-PENSAR,
solamente a una efímera y engañosa tranquilidad conduce.
No por dejar de ver la realidad (nos guste o no) dejará ésta de existir. Cada
vez más, hay gente que no desea ver el lado desagradable de la vida (las
espinas); hacen zaping cuando un documental muestra la cotidiana humana
miseria; pasar la página del periódico cuando de noticias ingratas se trata.
Nos encontramos ante una típica postura egoísta de quien
desea permanecer aislado de la realidad creyendo que, con esta actitud de
avestruz, la desgracia ajena nada tiene que ver con él o no le alcanzará nunca.
Triunfa e importa solamente lo aparentemente bello (las flores); lo exento de
dolor o preocupación.
Olvidamos, con harta frecuencia que las espinas existen.
Nuestras posiciones éticas se han vuelto extrañamente
flexibles (algunos se atreven a llamar a esta postura: tolerancia),
incluso en casos claros y sangrantes. Amparándonos en una
supuestamente tolerante actitud (que yo llamaría falta de compromiso),
justificamos abusos de poder, ladrones de guante blanco (que calificamos como
listos) y, en el fondo, incluso llegamos a sentir envidia por lo logrado por
medios ilícitos y exentos de la mínima ética.
Nos encontramos inmersos en una sociedad cada vez más
carente de valores éticos y subyugada por los millares de luces de neón que la
deslumbran con promesas de riqueza fácil; triunfo de lo chabacano y reinado de
lo absurdo. Cada vez más, y debido a una especie de coraza que nos va separando
de la persecución de la necesaria fraternidad humana, nos vamos convirtiendo en
seres insensibles a casi todo, menos a nuestro propio dolor.
La acacia, a pesar de todas estas distorsiones de nuestro
SER, sigue mostrándonos su ejemplo
de apretada y tolerante convivencia entre espina y flor y, al mismo tiempo, lo
incorruptible de su madera. La naturaleza, como siempre, nos muestra el camino
a seguir: ¡El de la coherencia!
Transcripción (menos
la presentación, es literal) de un pensamiento simbólico de Fernando
J. M. Domínguez y González en la revista
Hiram Abif, a mi criterio, de plena actualidad.
La escultura de Martín Chirino "El Pensador" la atraviesa un ciego durante su exposición en la calle de Triana de Las Palmas de Gran Canaria.
ResponderEliminarOtra vez la dualidad: exposición y ceguera, una vez más...pero ahí está el pensador.
EliminarPiensa y verás. Mira y te descubrirás. Es el lema de los guardianes del tesoro de Montsegur. Escrito está que la próxima vez..... alguien más lo encontrará.
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