Negro como un tizón, rollizo por su buen comer y dormir, de carácter afable y semblante intelectual, camuflado entre los negros pantalones de los hombres ilustrados, pululaba ronroneando entre charlas y tertulias, una de las figuras más singulares de los años veinte en una de las casas con mayor pedigrí de España: "el gato más culto del mundo". Se decía que su cultura provenía de “su buen dormir”, pues lo hacía sobre el periódico Times que, cada día, le era cambiado sin leerlo nadie. El gato del Ateneo de Madrid no podía pasar desapercibido en mi visita a la histórica institución y tampoco en mi blog faltar a su reconocimiento cuando yo también voy "gateando la vida, a mi manera".
El "gato negro" ocupaba los mullidos asientos de las principales salas del espléndido edificio para echarse la siesta, mientras escuchaba atento -como un socio más- el murmullo de los contertulios de Unamuno, o recorriendo a sus anchas la Galería de Retratos ante los imperturbables socios colgados en sus paredes, a pesar de los habituales gritos de Valle-Inclán defendiendo apasionadamente sus esperpénticas ideas en la llamada "sala de la cacharrería", allá entre las décadas de 1920 y 1930.
Vivió
contemplando aquellos años en los que el Ateneo de Madrid recibió a Albert Einstein,
a Madame Curie o al fotógrafo Henri Cartier-Bresson, pero también padeció la soledad de la clausura del
Ateneo, producida a las doce y media de la mañana del 20 de febrero de 1924, a
causa de la dictadura de Primo de Rivera, y que llevó consigo la destitución de
la cátedra a Miguel de Unamuno, condenado al destierro en Fuerteventura, así
como los acontecimientos sociales y políticos que llevaron al advenimiento de
la II República.
Sus
orejas, erguidas y atentas a cualquier asunto de su interés, escuchaba discretamente las voces más cualificadas del momento que se alzaban en los
ardientes debates o en las magistrales conferencias, así como ser callado testigo de las conversaciones
privadas y conspiraciones en los lúdicos eventos sociales de la época. Su lomo
fue acariciado por personajes tan ilustres como Benito Pérez Galdós, Manuel
Azaña, o Clara Campoamor, y todos los que frecuentaban el Ateneo de Madrid, en
aquellos años, se toparon con su negra pero entrañable presencia. A cambio
ofreció sólo su permanente ronroneo.
Hoy,
a modo de recuerdo, les ofrezco las dos fotografías antiguas que conserva el
Ateneo con su imagen, una a los pies del
conserje en la Galería de Retratos y otra en un sofá de La Cacharrería.
Pero
el gato, por supuesto, no es la más significante del Ateneo de Madrid, la
historia de la vida intelectual y política española no se entiende sin esta
institución. El Ateneo se constituyó como una sociedad ”científica, literaria
y artística”, con el triple carácter de Academia, Instituto de Enseñanza y
Círculo Literario. De este ágora han salido hasta 16 presidentes de Gobierno,
su primer socio fue Mariano José de Larra, Fígaro, admitido en 1836, un año
antes de suicidarse sin haber cumplido como saben los 30 años. El Duque de
Rivas, un "liberal" vuelto del exilio con la amnistía otorgada a la
muerte del "absolutista" Fernando VII, fue elegido como primer
presidente, al tiempo que estrenaba su Don Álvaro o la fuerza del sino, emblema
del romanticismo español. Mesonero Romanos sería el motor del Ateneo y de su
formidable biblioteca, que todavía se aprecia como una de las mejor dotadas de
España.
La cosa social y económica se cuece en el Ateneo por eso le llamaban el
“segundo senado”. Menéndez y Pelayo, Clarín, Pi y Margall, Azcárate, la Pardo
Bazán, Ramón y Cajal se sucederán en las tribunas. En la nueva Cacharrería
están "los senadores" del Ateneo, como el criticado Echegaray y
"los locos", como Mario Roso de Luna, "maestro de ciencias
ocultas". En los pasillos, las tertulias. Entre ellas, la de don Ramón
María del Valle-Inclán, "hablando incansablemente", junto al
socialista Araquistáin, con su apariencia de "eclesiástico de aldea"
y la de Azaña, contertulio no menos
vibrante, presidente en las postrimerías del periodo áureo (1930-1932), su
trayectoria perfila la personalidad de un intelectual que del anonimato pasará,
a través del Ateneo, a las más altas instancias del poder en la Segunda
República.
La actriz francesa de teatro y cine, Sara
Bernhardt, visitó en una ocasión la casa, como otras figuras célebres: Marconi,
Maeterlinck, Bergson, Einstein o posteriormente Teresa de Calcuta o Ortega y Gasset. Como a la sesión de la Bernhardt asistiese
Antonio Maura, a la sazón director de la Academia, le pidieron que
interviniese. No lo hizo a gusto. Tenía que hablar del teatro francés. Comenzó
a hacerlo, pero, de pronto, se interrumpió bruscamente. Comentaría: "No es
prudente improvisar en materias tan concretas y sobre todo en esta casa".
Se
temía al Ateneo. Ya en los tiempos del dictador Primo de Rivera se le vio las
orejas lobo. Y fue el propio Alfonso XIII el que negoció personalmente para
fusionarlo con el Círculo de Bellas Artes, que por entonces estrenaba su nueva
sede. La propuesta se llevó a la Junta y se rechazó. El ateneísta don Manuel
Aznar, director de El Sol, fue el más beligerante en contra de la fusión. ”¡Eso
sería la muerte del Ateneo!” El maridaje de las dos instituciones se ha vuelto
a plantear en nuestros días.
Tras
la Guerra Civil, el Ateneo no levantó cabeza. Los falangistas lo tomaron
primero, como Aula de Cultura de la Delegación Provincial de FET y de las JONS
(Antiguo Ateneo). Luego, se calificaría como Biblioteca Pública, periodo en el
que sirvió para la reaparición de Ortega y Gómez de la Serna. Más tarde, la
época del Opus Dei, en la que Florentino Pérez marcó pautas. Por último, el
periodo de Fraga, con José María de Cossío al frente, a bordo de su coche
oficial. Y en el tardofranquismo, conflictos y cierres. (...)
Alguien
dijo que el Ateneo es un león muy dormido. “La
razón del Ateneo era traer la República. Y lo hizo. Ahora, es utópico pensarlo
a corto plazo”. Aunque otros, como opinan los estudiosos del Ateneo, “a la casa siempre se le ha visto su pedigrí”.
No olvidemos que el propio Valle-Inclán, aun siendo, con Unamuno, de los
máximos atacantes del Rey, cuando llegó al Ateneo, con su barba todavía negra,
en una de sus primeras conferencias, quiso decir y dijo: “En Galicia hay dos clases de personas: la primera, la de los señores, y
la segunda, los siervos. Yo pertenezco a la primera”.
Acercarse
al Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid es respirar su ilustre
historia y recorrer su excepcional edificio repleto de espacios dignos de
admiración por su fuerza, belleza y sabiduría, es todo un privilegio que ofrece
fraternalmente y desinteresadamente la institución (3 euros con guía, que por
cierto no admite propina y se la merece). Si además, formas parte del libre
espíritu ateneísta, te aseguro que allí en este momento, están abiertas todas
las puertas para pulir tus ideas y proyectos, encontrarás un ámbito en el cual
puede florecer la critica, la creatividad y la siempre fructífera convivencia.
No
les cuento más para que vayan al Ateneo -si pueden claro- en vuestra próxima visita
cultural a Madrid antes que lo cierren por los malditos recortes económicos o
políticos. Si te encontrarás con el gato negro, no lo consideres de mala suerte
como en la Edad Media, cuando se les asociaba con la brujería y los perseguían
para quemarlos en la hoguera, ni lo maltrates como al gato negro del sádico
cuento de Edgar Allan Poe, al contrario en Asia es símbolo de muy buena suerte,
y tan solo recuerda conmigo que su retrato es el reencarnado gato del Ateneo: ¡El gato más
culto del mundo!
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