Bien vale un gramo de paracetamol al acabar el día si es para
ocultar el dolor que queda por vivirlo
intensamente. Rendido quedé, plácidamente dormido, y es que llegar a la cama
vencido por las horas mareadas en el
tempestuoso tiempo sufrido ni los mejores sueños repondrán al agotado cuerpo.
Más alegre permanece el alma tranquila sabiendo que habrá otro día para
gastarlo en experiencias divinas.
Con cuatro mujeres y
una furgoneta, embarque en Agaete con destino a Santa Cruz; por el oleaje del
mar y el rabioso viento no sabíamos sí conseguiríamos atracar en Tenerife.
Armados de valor e ilusionados por
conquistar "EL DÍA", el
club de prensa donde se celebraría al anochecer una conferencia sobre Geometría Sagrada. Con pasión y
sabiduría, oró el mismísimo Pitágoras reencarnado por uno de sus discípulos que
renovaría al auditorio el mensaje del maestro con el apoyo de una excelente
presentación ilustrada de PowerPoint titulada: Cosmología y numerología
pitagórica.
Fuimos capaces de
aguantar la desagradable travesía marítima, si bien aquello parecía el camino a
la crucifixión. Predispuestos a cubrir los pasos de la Santa Cruz de Tenerife,
algunas tomaron antes de navegar algunas pastillas contra el mareo para así
evitar arrojar en la bolsa de plástico donde habían llevado los bocadillos
vegetarianos y el agua de Firgas que las reconfortaría del penoso recorrido,
aunque al final quedarán como los guayabos de Tenteniguada, amarillas por fuera
pero rosas y dulces por dentro.
A mal tiempo buena cara, recostada en la confortable butaca del barco
una amiga con su cara pálida sonreía; resoplando el aire que ya le faltaba,
suspiraba al alma por la pronto llegada al puerto de destino. Las demás,
expertas marineras, acostumbradas a las
subidas y bajadas de la proa, no le tienen miedo a la mar brava, aunque por
respeto se colocarán en los salones de en medio de la nave, donde menos se
moverán y más seguras quedarán. Se distraen en una amena conversación venciendo
los bandazos del arrebatado viento en el costado de estribor.
A pesar de los pesares
del cuerpo, hoy se encuentra mi alma mejor que nunca. El alma no se marea, está
serena en el aquí y ahora, permanece inconfusa, convencida que el mañana será
igual o mejor, ya que el pasado irá conmigo y se sumará un futuro aún más
prometedor. Claro que para ello hace falta entender. ¿Y que mejor sitio para
aprender que en una escuela con grandes maestros? Pues entonces pondré de nuevo
rumbo a la Magna Grecia, a la reconocida Escuela Itálica, fundada por
Pitágoras, haya por la segunda mitad de siglo VI a. de C.
Llámase itálica
esta escuela por haber tenido su asiento en Crotona, en la misma suela de la
bota italiana, donde los griegos habían fundado muchas ciudades-estados. De
Pitágoras, filósofo muy celebrado en la antigüedad, se ha escrito mucho en
tiempos antiguos y modernos, sin que estos escritos hayan logrado disipar la
obscuridad y las dudas que existen acerca de sus hechos y doctrina. Su nombre
despierta en todos los espíritus la simbología de los números, al mismo tiempo
que trae a la memoria el precepto que prohíbe comer carne de animales. Casi
todos los grandes pensadores han rendido
brillantes homenajes a su memoria. Las huellas del pitagorismo se pueden seguir
a lo largo de dos mil quinientos años, desde el hombre genial que lo fundó
hasta pequeñas organizaciones que permanecen activas hoy en día, y que
conservan muchas de sus ideas y símbolos, así como la regla de secreto.
Más mi viaje hoy no es
por la historia, ni científico, sino literario. En mi maleta llevo un thriller
histórico "El asesinato de Pitágoras", del joven y brillante escritor
Marcos Chicot, cargado de intriga, amor, acción y enigmas, que nos narra las
investigaciones de Akenón y Ariadna tratando de descubrir al asesino de los
grandes maestros de la Hermandad cuando Pitágoras está a punto de elegir a su
sucesor, a la vez que resuelven sus propios sentimientos.

Concediendo desde
luego que la escuela pitagórica lleva en su seno obscuridad, dudas e
incertidumbre en orden al sentido concreto de sus doctrinas y teorías, no es
menos indudable que representa y significa un importante progreso respecto
escuelas anteriores y que entraña una nueva fase filosófica.
La escuela itálica eleva el problema cosmológico desde el terreno puramente
material y sensible, al terreno matemático, dándole un aspecto más
racional y profundo, un modo de ser más universal y más científico.
Así nació la escuela
de Pitágoras como un proyecto presentado al senado de Crotona, el que fue
adoptado con entusiasmo, era una escuela científica
e iniciática.
Entre los discípulos de Pitágoras había dos clases, los públicos y los
iniciados. Los del primer nivel recibían enseñanza elemental,
después de algún tiempo el discípulo era sometido a pruebas, tanto físicas como
morales donde se probaba el valor, serenidad, templanza, castidad, humildad,
entre otras virtudes, Solamente de esta manera el alma podía recibir la
iniciación. Una prueba muy interesante era llamada “del amor propio”, el candidato era humillado, injuriado,
calumniado, por los maestros y solamente los que soportaban serenos y con
firmeza eran admitidos en la escuela. En la siguiente etapa llamada de
preparación los discípulos eran sometidos a la regla del silencio, debían
limitarse a escuchar las lecciones de sus maestros con respeto y meditar
ampliamente sobre las lecciones recibidas, sin hacer comentarios. Después de
algunos años, se invitaba a los alumnos a exponer el resultado de sus estudios
y reflexiones. Si mostraban capacidades y amor por el conocimiento, ingresaban
en la enseñanza superior.
En esta etapa se
cultivaba el amor en sus diferentes aspectos: por ejemplo, el cariño y el
respeto a los padres, asimilando la idea del padre a la de Dios y la de la
madre a la de la naturaleza. No faltaba el culto a otros Dioses como Minerva,
Apolo, Ceres y Júpiter, que veneraban tanto los novicios como los iniciados de
todos los grados, tanto hombres como mujeres recitaban bellos poemas y cantos
tocando con liras de marfil.
Formaron una liga o
secta, y se sometían a una gran cantidad de extrañas normas y prohibiciones; no
comían carne, ni habas, ni podían usar vestido de lana, ni recoger lo que se
había caído, ni atizar el fuego con un hierro, etc. Resulta difícil comprender
el sentido de estas normas, si es que tenían alguno. Era una fecha y un
acontecimiento inolvidable para el aspirante cuando era recibido por el maestro
Pitágoras y aceptado solemnemente en los misterios, la verdadera iniciación
comenzaba entonces. El discípulo recibía la enseñanza en el templo de las Musas
y les hablaba sobre éstas deidades como representaciones de las potencias
divinas, sobre el Uno que es el Padre, el Espíritu,
eterno, inmutable e infinito. Decía que en el momento en que se manifiesta es
doble: principio masculino activo, animador y principio femenino pasivo o
materia plástica animada. Mencionaba también al
número tres, la Triada o ley del ternario, como la ley que construye las cosas
y la verdadera clave de la vida, desde el cuerpo animal, la del hombre, del
universo y de Dios. Pero había todavía más profundidad con la enseñanza de los
números, en cada uno definía un principio, una ley, una fuerza activa del
Universo, sin embargo los principios esenciales están en los cuatro primeros,
porque sumándolos o multiplicándolos se encuentran todos los demás.
Se culminaba así el segundo grado de preparación iniciática, se había
descorrido un poco el velo de los misterios, muchas pruebas se habían vencido,
sin embargo aún quedaban arcanos que develar.
El pensamiento
pitagórico se levanta sobre una estructura matemático–racional. Lo que no
sabían es que desde el mismo ámbito matemático provendría un
descubrimiento que pondría en crisis aquellos fundamentos, pues se trataba del
descubrimiento de lo irracional, de la raíz cuadrada de dos. Este hallazgo de
los pitagóricos tiene una gran incidencia negativa en la escuela, ya que cuestionaba
los cimientos de su racionalismo numérico en el cual tenían afianzado su
convencimiento de la gran coherencia interior y la solidez de su doctrina, pues
encontraron que la relación entre el lado y la diagonal de un cuadrado no se
podía someter a la perfección que era el Número, lo cual causó en el
discurrir del tiempo el asesinato filosófico de los pitagóricos.
La escuela pitagórica
también creó una teoría matemática de la música. La relación entre las
longitudes de las cuerdas y las notas correspondientes fueron aprovechadas para
un estudio cuantitativo de lo musical; como las distancias de los planetas
corresponden aproximadamente a los intervalos musicales, se pensó que cada
astro da una nota, y todas juntas componen la llamada "armonía
de las esferas o música celestial".
Es hora de ir con la
música a otra parte y no abusar del paracetamol
por molestar más la cabeza. Me enredé por internet como siempre y lo siento, no obstante
concluiré. Toco entre lo racional y lo irracional, entre la armonía y el caos,
entre la realidad y el simbolismo; pulo mi propio mundo pitagórico, para crecer
o retroceder, para mejorar o desapegar, para todo o nada, pero siempre
perseverante en ser y amar. Mientras los asesinos de la verdad sigan libres,
continuaré pidiendo justicia para Pitágoras y sus discípulos.
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