martes, 11 de febrero de 2014

El asesinato de Pitágoras.


Bien vale un gramo de paracetamol al acabar el día si es para ocultar el dolor que queda por  vivirlo intensamente. Rendido quedé, plácidamente dormido, y es que llegar a la cama vencido por las  horas mareadas en el tempestuoso tiempo sufrido ni los mejores sueños repondrán al agotado cuerpo. Más alegre permanece el alma tranquila sabiendo que habrá otro día para gastarlo en experiencias divinas.
Con cuatro mujeres y una furgoneta, embarque en Agaete con destino a Santa Cruz; por el oleaje del mar y el rabioso viento no sabíamos sí conseguiríamos atracar en Tenerife. Armados  de valor e ilusionados por conquistar "EL DÍA", el club de prensa donde se celebraría al anochecer una conferencia sobre Geometría Sagrada. Con pasión y sabiduría, oró el mismísimo Pitágoras reencarnado por uno de sus discípulos que renovaría al auditorio el mensaje del maestro con el apoyo de una excelente presentación ilustrada de PowerPoint titulada: Cosmología y numerología pitagórica.


Fuimos capaces de aguantar la desagradable travesía marítima, si bien aquello parecía el camino a la crucifixión. Predispuestos a cubrir los pasos de la Santa Cruz de Tenerife, algunas tomaron antes de navegar algunas pastillas contra el mareo para así evitar arrojar en la bolsa de plástico donde habían llevado los bocadillos vegetarianos y el agua de Firgas que las reconfortaría del penoso recorrido, aunque al final quedarán como los guayabos de Tenteniguada, amarillas por fuera pero rosas y dulces por dentro.
A mal tiempo buena cara, recostada en la confortable butaca del barco una amiga con su cara pálida sonreía; resoplando el aire que ya le faltaba, suspiraba al alma por la pronto llegada al puerto de destino. Las demás, expertas marineras,  acostumbradas a las subidas y bajadas de la proa, no le tienen miedo a la mar brava, aunque por respeto se colocarán en los salones de en medio de la nave, donde menos se moverán y más seguras quedarán. Se distraen en una amena conversación venciendo los bandazos del arrebatado viento en el costado de estribor.
A pesar de los pesares del cuerpo, hoy se encuentra mi alma mejor que nunca. El alma no se marea, está serena en el aquí y ahora, permanece inconfusa, convencida que el mañana será igual o mejor, ya que el pasado irá conmigo y se sumará un futuro aún más prometedor. Claro que para ello hace falta entender. ¿Y que mejor sitio para aprender que en una escuela con grandes maestros? Pues entonces pondré de nuevo rumbo a la Magna Grecia, a la reconocida Escuela Itálica, fundada por Pitágoras, haya por la segunda mitad de siglo VI a. de C.


Llámase itálica esta escuela por haber tenido su asiento en Crotona, en la misma suela de la bota italiana, donde los griegos habían fundado muchas ciudades-estados. De Pitágoras, filósofo muy celebrado en la antigüedad, se ha escrito mucho en tiempos antiguos y modernos, sin que estos escritos hayan logrado disipar la obscuridad y las dudas que existen acerca de sus hechos y doctrina. Su nombre despierta en todos los espíritus la simbología de los números, al mismo tiempo que trae a la memoria el precepto que prohíbe comer carne de animales. Casi todos los grandes  pensadores han rendido brillantes homenajes a su memoria. Las huellas del pitagorismo se pueden seguir a lo largo de dos mil quinientos años, desde el hombre genial que lo fundó hasta pequeñas organizaciones que permanecen activas hoy en día, y que conservan muchas de sus ideas y símbolos, así como la regla de secreto.
Más mi viaje hoy no es por la historia, ni científico, sino literario. En mi maleta llevo un thriller histórico "El asesinato de Pitágoras", del joven y brillante escritor Marcos Chicot, cargado de intriga, amor, acción y enigmas, que nos narra las investigaciones de Akenón y Ariadna tratando de descubrir al asesino de los grandes maestros de la Hermandad cuando Pitágoras está a punto de elegir a su sucesor, a la vez que resuelven sus propios sentimientos.

El libro vale la pena leerlo, por lo que no desvelaré su misterio. Tan sólo me lo tomo como una señal o aportación más, de un personaje que me persigue con asiduidad en los últimos tiempos, que me inspira e instruye a la hora de afrontar la vida racionalmente. Pitágoras fue tan venerado en su época como Jesucristo en la suya, y entre sus coetáneos tuvo una mayor influencia política e intelectual. No obstante, sus enemigos y la regla del secreto sobre su doctrina hicieron que la figura del filósofo quedará difuminada en las páginas de la historia. Es cierto que la sociedad actual parece haber perdido los valores y las reglas de comportamiento que Pitágoras y otros grandes maestros nos han transmitido, sin embargo en nuestro interior, cada uno de nosotros sigue poseyendo la libertad de recuperarlas y atender sus enseñanzas. Voy a perder o ganar unos minutos en ello; me pasaré por la Wikipedia, la gnosis del ICQ y repasaré la conferencia de Pedro Víctor Rodríguez, vicepresidente de la Fundación Rosacruz.
Concediendo desde luego que la escuela pitagórica lleva en su seno obscuridad, dudas e incertidumbre en orden al sentido concreto de sus doctrinas y teorías, no es menos indudable que representa y significa un importante progreso respecto escuelas anteriores y que entraña una nueva fase filosófica. La escuela itálica eleva el problema cosmológico desde el terreno puramente material y sensible, al terreno matemático, dándole un aspecto más racional y profundo, un modo de ser más universal y más científico.
Así nació la escuela de Pitágoras como un proyecto presentado al senado de Crotona, el que fue adoptado con entusiasmo, era una escuela científica e iniciática. Entre los discípulos de Pitágoras había dos clases, los públicos y los iniciados. Los del primer nivel recibían enseñanza elemental, después de algún tiempo el discípulo era sometido a pruebas, tanto físicas como morales donde se probaba el valor, serenidad, templanza, castidad, humildad, entre otras virtudes, Solamente de esta manera el alma podía recibir la iniciación. Una prueba muy interesante era llamada “del amor propio”, el candidato era humillado, injuriado, calumniado, por los maestros y solamente los que soportaban serenos y con firmeza eran admitidos en la escuela. En la siguiente etapa llamada de preparación los discípulos eran sometidos a la regla del silencio, debían limitarse a escuchar las lecciones de sus maestros con respeto y meditar ampliamente sobre las lecciones recibidas, sin hacer comentarios. Después de algunos años, se invitaba a los alumnos a exponer el resultado de sus estudios y reflexiones. Si mostraban capacidades y amor por el conocimiento, ingresaban en la enseñanza superior.
En esta etapa se cultivaba el amor en sus diferentes aspectos: por ejemplo, el cariño y el respeto a los padres, asimilando la idea del padre a la de Dios y la de la madre a la de la naturaleza. No faltaba el culto a otros Dioses como Minerva, Apolo, Ceres y Júpiter, que veneraban tanto los novicios como los iniciados de todos los grados, tanto hombres como mujeres recitaban bellos poemas y cantos tocando con liras de marfil.


Formaron una liga o secta, y se sometían a una gran cantidad de extrañas normas y prohibiciones; no comían carne, ni habas, ni podían usar vestido de lana, ni recoger lo que se había caído, ni atizar el fuego con un hierro, etc. Resulta difícil comprender el sentido de estas normas, si es que tenían alguno. Era una fecha y un acontecimiento inolvidable para el aspirante cuando era recibido por el maestro Pitágoras y aceptado solemnemente en los misterios, la verdadera iniciación comenzaba entonces. El discípulo recibía la enseñanza en el templo de las Musas y les hablaba sobre éstas deidades como representaciones de las potencias divinas, sobre el Uno que es el Padre, el Espíritu, eterno, inmutable e infinito. Decía que en el momento en que se manifiesta es doble: principio masculino activo, animador y principio femenino pasivo o materia plástica animada. Mencionaba también al número tres, la Triada o ley del ternario, como la ley que construye las cosas y la verdadera clave de la vida, desde el cuerpo animal, la del hombre, del universo y de Dios. Pero había todavía más profundidad con la enseñanza de los números, en cada uno definía un principio, una ley, una fuerza activa del Universo, sin embargo los principios esenciales están en los cuatro primeros, porque sumándolos o multiplicándolos se encuentran todos los demás.
Se culminaba así el segundo grado de preparación iniciática, se había descorrido un poco el velo de los misterios, muchas pruebas se habían vencido, sin embargo aún quedaban arcanos que develar.
El pensamiento pitagórico se levanta sobre una estructura matemático–racional. Lo que no sabían es que desde el mismo ámbito matemático provendría un descubrimiento que pondría en crisis aquellos fundamentos, pues se trataba del descubrimiento de lo irracional, de la raíz cuadrada de dos. Este hallazgo de los pitagóricos tiene una gran incidencia negativa en la escuela, ya que cuestionaba los cimientos de su racionalismo numérico en el cual tenían afianzado su convencimiento de la gran coherencia interior y la solidez de su doctrina, pues encontraron que la relación entre el lado y la diagonal de un cuadrado no se podía someter a la perfección que era el Número, lo cual causó en el discurrir del tiempo el asesinato filosófico de los pitagóricos.


La escuela pitagórica también creó una teoría matemática de la música. La relación entre las longitudes de las cuerdas y las notas correspondientes fueron aprovechadas para un estudio cuantitativo de lo musical; como las distancias de los planetas corresponden aproximadamente a los intervalos musicales, se pensó que cada astro da una nota, y todas juntas componen la llamada "armonía de las esferas o música celestial".
Es hora de ir con la música a otra parte y no abusar del paracetamol por molestar más la cabeza. Me enredé por internet como siempre y lo siento, no obstante concluiré. Toco entre lo racional y lo irracional, entre la armonía y el caos, entre la realidad y el simbolismo; pulo mi propio mundo pitagórico, para crecer o retroceder, para mejorar o desapegar, para todo o nada, pero siempre perseverante en ser y amar. Mientras los asesinos de la verdad sigan libres, continuaré pidiendo justicia para Pitágoras y sus discípulos.


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