viernes, 16 de mayo de 2014

¡Hasta luego TATA!


A Dolores Sofía Morilla Labao.


Vivo unos meses turbulentos, momento para derrotar en mi recinto interior la inquietud e ignorancia que me mantiene en un estado de inferioridad y esclavitud moral. Requiero una renovación de mi ser. Tampoco pretendo ganar una liga, sino que ganen conmigo las personas que participen en este partido. Demostremos que nada puede darle más fuerza a la aspiración de no sufrir que compartir pensamientos y sentimientos. Y como no también: elevar la mirada hacia arriba, hacia aquellos espacios ideales en donde se encuentran los planes perfectos de Dios para el mundo y la humanidad.
El texto que propongo para esta ocasión es una preciosa y profunda reflexión de John McCreery, que por motivo del reciente fallecimiento de mi querida suegra, sus dos hijas, con gran emoción y discernimiento, me dieron a conocer leyéndolo en su despedida:

LA MUERTE NO EXISTE
La muerte no existe. Las estrellas desaparecen en el horizonte para surgir sobre otros cielos, y en la enjoyada corona del firmamento, brillan eternamente.
La muerte no existe. Las hojas del bosque se convierten en la vida del aire invisible; Las rocas se desintegran para alimentar el musgo hambriento que crece sobre ellas.
La muerte no existe. El polvo que pisamos, al llegar el verano se transforma en granos dorados o en dulces frutos, o en flores polícromas.
La muerte no existe. Las hojas caen y las flores se marchitan y desaparecen, pero sólo esperan en las horas invernales el tibio y dulce aliento de Mayo.
La muerte no existe, aunque lloremos cuando las formas familiares que hemos aprendido a amar son separadas de nuestros brazos; aunque con el corazón entristecido, con vestido de luto y paso silencioso, llevemos sus restos insensibles para descansar, y digamos que han muerto. No, no están muertos; no han hecho más que pasar más allá de las brumas que aquí nos ciegan. Se han ido a la vida nueva y más amplia en aquella esfera más serena; no han hecho más que dejar su vestido de arcilla para ponerse una túnica resplandeciente. No se han ido lejos, no se han ido ni están perdidos.
Aunque invisibles para el ojo mortal, están todavía aquí y nos siguen amando; y no olvidan nunca a los seres queridos que dejaron atrás. Algunas veces nuestra frente afiebrada siente su caricia, su aliento balsámico. Nuestro espíritu los ve y nuestros corazones se reconfortan y serenan. Sí, siempre cerca de nosotros, aunque invisibles, están nuestros espíritus queridos e inmortales, porque en todo el infinito Universo de Dios, Todo es Vida, y la muerte no existe.

Te debo tanto que te debo recuerdos. Recuerdo el día que te conocí. Aquella noche que sales desconfiada al zaguán para darle cobijo a tu hija y protegerla de extraños, hasta saber de quién era y si merecía su cuna. Nunca parecía que regalabas nada, simplemente lo cogía yo haciéndome  creer que todo me correspondía por nadie. De tus cuatro hijos me llevé la primera, los otros tres con su cariño me acomodaron en tu hogar. La bienvenida autorizaba mi paso a la salita del vestíbulo y al tratamiento, por supuesto de usted. Una vez ganada la confianza, pase a la habitación contigua: el comedor. Como olvidarme de los bistec con papas y el vaso de Clipper de naranja que cada noche me dabas para que me fuera complacido a casa y satisfecho volviera el día siguiente a cenar a cuerpo de rey en la noble estancia donde guardabas en sus vitrinas las antiguas y bellas lozas cartujanas y la cristalería de las grandes ocasiones. Nos dejabas los fines de semana tu "Mini" rojo, después repintado naranja, aquel que con tu utilizabas para ir al negocio familiar, donde te ayudábamos en las ventas de navidad a cambio de cubrirnos sobradamente los gastos extraordinarios de esas fiestas; y felices recorrimos juntos los caminos celestiales que llevaban a la puesta de sol en la finca del Valle de Agaete. Me regalaste no sólo la celebración de boda sino hasta las monedas profanas para la entrada de un piso que no podíamos soñar, ni pagar. De Doña Sofía pasaste a ser Tata. Te devolví lo que  generosamente me confiasteis, con la llegada de tres nietos, que más o igual que tus hijos te siguen queriendo. Tú les criaste y los mimaste más de la cuenta, cosa que no me arrepiento, pues son ellos tal como son, tampoco soy nadie para impedirlo.
Hemos sufrido bastante la lenta apagada de tu clara y blanca cabecita, pero dejas la luz de la hoguera que dejó tu alma. No quise, ni quiero llorar tu marcha, porque tu mayor deseo era vernos siempre sanos y contentos. En las penas y alegrías siempre estuviste a nuestro lado, sin apenas notarse, fundamentabas nuestra existencia, avituallabas con tus alimentos, tanto el estómago como nos educabas  de buenas costumbres y valores. Construiste para  nosotros una vida llena, diría ideal,  a base de tu generosa entrega, muchas veces hasta sacrificada. Llevaste siempre la procesión por dentro, sin llantos ni penas expresadas, igual como ocultabas tu primer nombre: Dolores.

Soy un ser que vive en un traje, convencido que no es nuestro cuerpo lo que tiene que ser perfecto, por eso:
Quiero escribir un réquiem que supere el sufrimiento, una oda al perdón para convivir con  las fatalidades, una canción contra el desaliento. Más yo sé, aunque parezca entendido, que soy un repetidor tuyo, un grito de llanto, una mirada desesperada, y nada más.
Quiero apreciar la vida y aprender a conservarla, haciendo de su noble uso el más tolerante esfuerzo para comprender y transcender, y conseguir  que surja un Nuevo Día más claro y luminoso para superar las humanas debilidades y limitaciones.
Quiero volver a nacer sin vestimenta, sin carga, sin visiones, sin compromisos o tentaciones. Sólo quiero que decir lo que yo mismo quiero repetir: un poema de amor, un himno a la alegría, una oración a la gloria a Dios.
Quiero en el continuo fluir de alegrías y tristezas de nuestra vida familiar, dejar grabada la imagen de TATA, que nos aportó bondad, generosidad y paz. Nos imprimió con su tolerancia: la serenidad, la seguridad y el respeto a los mayores, pero sobre todo nos enseño: a saber AMAR. ¡Cuánto echaremos de menos la escucha en silencio placentero y las reconfortantes acaricias que tranquilizaban nuestro cuerpo y espíritu!

Más que quieras que quiera: ¿Nunca olvidarme de ti? ¡Está claro, es mi alma la que desea ser perfecta! Cualquiera que sea el resultado de esta hornada de quereres, con la reflexión restituyo la armonía necesaria al paliquear con doña Sofía, y con Él. 
¡Que solos se quedarían los muertos sino te acuerdas de ellos! Perdí una parte de mi vida cuando por tu enfermedad no me reconocías, porque la muerte no llega por la vejez sino por el olvido. Por eso, no pienses que arruino el presente recordando un pasado que no tiene futuro, al contrario, me da mucha fuerza y ánimo para afrontar lo que venga mañana, creyendo que estarás siempre a nuestro lado mientras recordemos el bien que nos hiciste en vida.
¡Hasta siempre TATA, para nosotros la muerte no existe!



 P.D.: Me gustaría que te sumaras a mi recuerdo colgando una foto de ella aquí. 

2 comentarios:

  1. Nunca a nadie ví hablar tan bien de su suegra. Guardaremos este recuerdo como oro en paño

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  2. Querido hermano: En su nombre y en el nuestro te doy las gracias por haberle dedicado estas palabras tan entrañables, tan sentidas...tan para todos...Algunos no sabemos o no podemos expresar lo que sentimos (por "añurgamiento" principalmente, que me viene por herencia materna...). Por eso, recojo este ¡hasta luego Tata, hasta siempre...! y lo guardo en un lugar muy especial de mi corazón. Beso grande.

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