lunes, 3 de septiembre de 2012

¡Setenta veces siete!


Con perdón, un poquito de por favor, tengo ganas de pedir perdón y no sé como hacerlo, incluso si debo o es conveniente hacerlo, pero sin disculpas entro en la cuestión. Permítanme preguntarle primero a ustedes cuantas veces tengo que pedirles perdón para que queden satisfechos. Eso mismo le preguntó Pedro a Jesús, ¿Cuántas veces debemos perdonar? Evitó contestar claramente, era inexplicable, si todo era perfecto y no podíamos equivocarnos nunca, no hay nada que perdonar porque todos somos uno, pero en todo caso siendo parte de ese Uno deberíamos hacerlo a todas las partes del Todo, por eso genialmente contesta la pregunta, difícilmente entendible científicamente en aquella época, cuantificando con un número exponencial: "No te digo hasta siete, sino setenta veces siete".


¿Qué  quiso decir Jesús  en esta parábola? ¿Cuánto es setenta veces siete? Primero me preguntaré: ¿Vale la pena perdonar?¿Me reconozco un pecador? La iglesia católica me  metió en vena que el ser una humano ha sido creado con la prerrogativa  de elegir, por lo tanto, puede aceptar o rechazar el don de la salvación que se me ofrece gratuitamente, pero madre mía, que temor a Dios y que miedo al infierno. Me adoctrinó con un riguroso procedimiento para solicitar el perdón de nuestros pecados en cinco pasos: reconocimiento, arrepentimiento, aceptación de Jesús, confesión y conversión, muchas veces difícilmente  entendible y complicado para un inocente.
Reconocer humildemente la condición de pecador, como dice la primera de Juan: "Si decimos que no tenemos pecados, nos engañamos a nosotros mismos", también en Hechos se amenaza: "Así  que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio", o aquello otra sentencia de Levítico: "Entonces, el que ha pecado o ofendido, restituirá lo que robo o el daño que causó".
Debo pues, ocuparme de mi salvación y pedirle a Dios la fuerza necesaria para vivir sin pecar, porque no podría hacerlo setenta veces siete, que no es 70x7, sino una potencia de siete elevado a setenta. El uso de un múltiplo de siete, número que simbolizaba la perfección, es una manera de decir que para el perdón no debe haber límites. La cifra resultante no cabe aquí, hagan la prueba......, crece exponencialmente siendo imposible definirlo con otras palabras, resulta fácil abandonar el empeño a la séptima multiplicación, considerándolo inalcanzable y agotador, muy cerca al infinito en una eternidad. La enseñanza es por tanto, que debemos perdonar tantas veces como hayamos pecado, y queda justificado aquello que un ser creado por Dios a su semejanza, no puede jamás sentirse ofendido, ni ofenderlo. La resolución la da Lucas: "No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados....".
Es difícil perdonar a los que nos ofenden, pero si no lo hacemos estamos desobedeciendo a Dios, de ahí viene lo de: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...". A Dios le agrada que tengamos limpios nuestros corazones, ya que si no perdonamos, nos hacemos daño a nosotros mismos y nuestros corazones se llenan de amargura y de rencor. Una herida se cura cuando no duele más, el perdonar es una decisión  que se debe tomar de forma libre y sincera, de otra forma no desaparece el dolor y el resentimiento de la ofensa, pero aún más, también se nos dice: Bendecid a los que nos maldicen... Perdonar es el significado del verdadero amor... Sólo quien ama realmente, perdona. Aprendamos a perdonar y a pedir perdón. ¿quien soy yo para no perdonar?

Existen tres clases de perdón: Perdonarse a uno mismo, perdonar a otros y ser perdonado o perdonar a Dios. Para los cristianos siempre la misma solución: "...quién murió en un madero de tormento para derramar su sangre preciosa para limpiarnos de todo pecado". En el Corán el perdón de Alá brota no del amor sino de su omnipotencia. Él perdona a quien Él le place, pero no como prueba de su amor. El Corán menciona la bondad de Alá y su misericordia hacia la humanidad, pero el centro de Su Ser es su poder y su eminencia. Tan poderoso es Él que no se puede hacer ninguna comparación entre Alá y el hombre, su creación. Debido a que el hombre no puede concebir a Dios de ninguna manera que limite el poder divino, tampoco puede predecir la conducta de Alá ni prever su actividad. Ni siquiera el Musulmán creyente puede estar absolutamente seguro de su salvación en el Juicio Final, aún cuando la espere, pues una seguridad absoluta significaría que el hombre puede controlar el tratamiento de Dios para con sus criaturas.

La surah 57:28-29 concluye, “¡Oh, vosotros que creéis! Sed cuidadosos de vuestras obligaciones para con Alá y creed en Su Apóstol: Él os dará dos porciones de Su misericordia, y proveerá una luz con la cual podáis caminar, y os perdonará y Alá es Perdonador, Misericordioso; De manera que los seguidores del Libro puedan saber que no controlan nada de la gracia de Alá, y que la gracia se encuentra en la mano de Alá, Él la da a quien le place; y Alá es el Señor de la gracia poderosa”.

¿Cual fue entonces el pecado de los hombres? Según dicen, en el origen fue la desobediencia a Dios. Cuando la Biblia habla de pecado quiere decir el quebrantamiento del pacto entre Dios y el Hombre, en otras palabras, en la deslealtad del hombre hacia Dios. Sin embargo, el Corán enfatiza que uno no peca contra Dios sino contra sí mismo: “Ellos dijeron (esto es, Adán y su esposa): Nuestro Señor, hemos actuado mal contra nuestras propias almas” (surah 7:23).

Es curioso, para mi cuanto más inocente eres, por más pecador te crees. La ignorancia por una parte y por otra el sometimiento fanático a una doctrina son los que marcan mi condición de pecador. En mi infancia me pasaba el día en el confesionario, mi madre me decía que era un niño muy inquieto y rebelde, que las palabrotas eran pecados, cuando lo grave para mí era que de vez en cuando le sisaba de su cómoda algunas monedas que ella ahorraba de sus gastos personales para yo ir al "pabellón recreativo", éramos tantos en casa que vete a descubrir quien era el culpable. Aunque me confesaba menos en mi juventud, pecar, pecar, para aquellos tiempos pecaba bastante, no podía siquiera tocarme y mucho menos a una chica. Los considerados pecados sexuales mortales en la época del nacional catolicismo se me iban acumulando tanto que daba vergüenza y miedo  contarle al cura mi intimidad, más tarde fue cuando descubrí que los que me perdonaban, alguno que otro era pederasta o se tiraba a la que parecía no rompía un plato, lo cual desanimaba un poco.
La decisión es toda mía, ¡lo podíamos discutir! Pero me inclino a perdonar y aceptar el perdón, el perdón es fruto probablemente de mi amor. La cadena del odio se inicia con una simple ofensa o frustración, el siguiente eslabón es el del perdón que la rompe, o en caso contrario, el del resentimiento que nos llevará al rencor,  y del rencor al odio, para continuar con la venganza y terminar en la amargura. Guardar rencor es como tomar veneno esperando que sea otro quien muera.
Construye tu propia historia soltándote de la cadena del odio y se  feliz por el resto de tus días, ganaremos paz y tranquilidad. El perdón establece el fundamento básico para cualquier relación social y ten en cuenta siempre que la mejor venganza es el perdón, no significa que estés de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebas, simplemente es dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo. Deja de sufrir y de lamentarte, perdona y rompe las cadenas del rencor y el resentimiento, cuando perdonas sanas tus heridas y te liberas.
Ahora, que conozco un poco más a mi Dios-Alá, al G.A.D.U., ¡y con una experiencia del diablo!, me justifico mejor y ofendo menos, soy más consciente de los limites de la naturaleza humana y trato de respetarla al máximo, la verdad que algunas veces no lo consigo, por eso mi mayor pecado es que no me puedo resistir a la tentación, como diría algo parecido, Oscar Wilde. Pero ese pecado voluntario,  consciente y libre, ya me cuesta, me duele, incluso me repugna. ¿Te acuerdas de lo del propósito de la enmienda y el dolor de corazón? Algo de eso es aún lo que me remuerde, más es el ansia de serenarme, vivir en equilibrio, en plena armonía con uno mismo, con los otros y con Dios, lo que me conduce al mejoramiento de mi persona, queriendo ser un buen ser que me permita estar con buena gente como tú. En definitiva: personas libres y de buenas costumbres.

¡Mira, me valió la pena pedir perdón! Lo haría otras setenta veces siete.
¡Perdonar no es de pecador!


2 comentarios:

  1. Qué recuerdos me traen estos relatos y estos perdones. Sólo te diré que en mi familia éramos 8 chicas y 1 chico. De padre republicano y madre católica, apostólica y romana. El hecho de que mi padre nos llevaba a la Feria y con mi madre íbamos a recorrer los Sagrarios en Semana Santa, no había lugar a dudas de nuestra elección. A pesar de que mi padre pasaba el día trabajando para alimentar a tamaña prole, creo que, en el fondo, recibimos mayor influencia de él, más perdurable en el tiempo. Su espíritu aventurero, de carácter alegre y festivo, trabajador inagotable, delgado como una espina, pero esbelto y elegante, sus ojos grandes y negros. Nunca le vimos un mal gesto, olvidaba en el mismo instante en que le hacían una fechoría. Pronto se nos olvidó también a nosotras, a algunas más pronto que a otras, el deber y la obligación de confesarnos y comulgar para volver a estar libres de pecado.
    Con el paso del tiempo, intento emular a mi padre. Una de mis hermanas, la más cercana y afín, cuando comentamos de alguien, que hizo tal o cual cosa, para reírnos entre nosotras, ella dice: -mana, que nos va a castigar el señó, y a renglón seguido dice: -el señó que no existe. Partimos de la idea de que todo el mundo es bueno, y el que es malo sus razones tendrá. Qué razones llevarán a una persona para actuar de esa manera tan terrible! Perdonar esas atrocidades se me antoja harto difícil y olvidar... imposible. Alejarte de quién te hace mal, indiferencia. El odio y el rencor es crueldad, nunca hallarán paz. El poder de la mente es tanto, nos sugestionamos con boberías, y el repetir y repetir una idea te lleva al convencimiento de que es así, y lo que es peor así llegará a ser. Siempre con el regusto de la duda... No tengo contactos con Dios ni con Alá, no estoy nada segura.

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  2. Hoy salí temprano de mi casa a caminar por la playa, estaba tan buena la mañana que llegué hasta La Puntilla. La marea estaba baja y vacía de gente. Agotado y sudoroso no pude evitar la tentación de bañarme en el último charco, el de las aguas más transparentes, el que se llena con la espuma de las olas al batir contra la roca volcánica y diría yo con la mejor vista de la bahía de Las Canteras. Sentía a mi lado el ir y venir de pequeños güeldes y fulas, el entrar y salir de los cangrejos en los agujeros, las lapas se ven relajadas sin temor al cuchillo que las pudiera arrancar de la pared acariciada por el sube y baja de la placida marea.
    Desnudo al sol, los alisios me cubren de salitre la piel y al llegar de nuevo a casa con la emoción de traerme a Dios para seguir Gabrielando, me encuentro una Concha que quiere volver al mar porque no está segura de nada, una Concha nostálgica que no tiene contacto con Dios. ¿Porqué no sentirá la vida? ¡Necesitará una “puntilla”!

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