martes, 1 de noviembre de 2011

La Vía Noma



Dado que una empresa no puede tener éxito en una sociedad fracasada y la obsesión de salir de la crisis antes que se acabe, me conduce a buscar la vía empresarial que logre nuestra misión de mejorar el bienestar de la gente, un modelo de gestión accesible y adaptado a las empresas con capacidad reducida que operan en el primer cuarto del siglo XXI.
Este seudónimo de la popular tercera vía, del que es precursor el movimiento cooperativo y en general las entidades de la Economía Social, conecta directamente con los principios que inspiran y los objetivos que persigue la Ley de Economía Sostenible, comprometida con el modelo económico de desarrollo sostenible, en su triple dimensión económica, social y medio ambiental, donde la responsabilidad social corporativa forma parte de la identidad de la empresa, sin plantearse si quiera  la voluntariedad de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores, sino como un valor insertado en el negocio y en la estrategia de la empresa.
El desarrollo de  la  Responsabilidad Social Empresarial en esta primera década ha significado un importante avance en el compromiso social de las empresas con su entorno, hemos ganado en reputación, muy deteriorada por el mal uso de los recursos, y especialmente rentable para la fidelización de los clientes y la motivación de los trabajadores. Sin embargo, insuficiente a la hora de frenar la especulación y el beneficio insostenible en el arrollador corto plazo, que ha quedado frustrado en el pasivo inmovilizado de la empresa.
El tejido empresarial debe caracterizarse por hacer empresa de un modo participativo, solidario y especialmente responsable. Si quieres salir pronto de la crisis hazlo solo, pero si quieres llegar lejos vete acompañado, como diría un chino hace miles de años, más lo verdaderamente importante es saber por que elegí el destino y para que sirve llegar, disfrutando del camino, pues existe vida antes del éxito o del fracaso. Las empresas deben destacar por su eficacia económica, por su competitividad y por su valor social. Este valor se sustenta en la democratización del acceso al poder económico y a la organización empresarial, en la cohesión social que genera gracias a la igualdad de oportunidades y por su no deslocalización, ya que tiene un compromiso muy importante con el desarrollo local y territorial.
Las empresas  de la Vía Noma actúan en base a los siguientes principios orientadores -como no podía ser de otra forma-  de las entidades de la  Economía Social:
a) Primacía de las personas y del fin social sobre el capital, que se concreta en gestión autónoma y transparente, democrática y participativa, que lleva a priorizar la toma de decisiones más en función de las personas y sus aportaciones de trabajo y servicios prestados a la entidad o en función del fin social, que en relación a sus aportaciones al capital social.
b) Aplicación de los resultados obtenidos de la actividad económica principalmente en función del trabajo aportado y servicio o actividad realizada por las socias y socios o por sus miembros y, en su caso, al fin social objeto de la entidad.
c) Promoción de la solidaridad interna y con la sociedad que favorezca el compromiso con el desarrollo local, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, la cohesión social, la inserción de personas en riesgo de exclusión social, la generación de empleo estable y de calidad, la conciliación de la vida personal, familiar y laboral y la sostenibilidad.
d) Independencia respecto a los poderes públicos.

La Vía Noma tiene un doble origen semántico, uno, el nombre del restaurante propiedad del mejor cocinero del mundo en el 2010, que a continuación explicaré su por qué, y por otro a la simplificación  canaria a la Vía No-Más, como resultado de la austeridad aconsejada políticamente para crecer.



¡Si, le daré sabor a este guiso! René Redzepi, un joven de 33 años se convierte en el modelo de la nueva era gastronómica, heredada  la corona de Adrià y de los afamados cocineros franceses; progresista; ecologista; hijo de un inmigrante macedonio musulmán y  de una limpiadora danesa cristiana; casado con una judía que le convierte recientemente en padre.
Redzepi opina en El País Semanal que para ser un gran chef hace falta disciplina, estructura y orden para encajar los mil elementos de un restaurante. Dice, “Fue un momento mágico, comprendí que tenía que poner esa inmensa naturaleza en la que estaba sumido al servicio de nuestros comensales. Como cocinero tenía que ser más transparente y directo; explotar mejor las temporadas de forma que un comensal solo pudiera tomar un determinado plato en Noma y en el momento preciso.  Cada plato debía estar rodeado de su hábitat y ser limpio y sencillo en su complejidad”. Un año más tarde de la revelación, Redzepi conseguía su primera estrella Michelin.
La comida es sutil, ligera, colorista, sin grasa; da la sensación de haber brincado de la naturaleza al plato tras haber sido apenas acariciada en la cocina. El menú está dominado por un sutil sentido del humor, es una gastronomía que sabe a tierra, a mar y a bosque. Toda esta magia, por 250 euros.

René Redzepi sabe por experiencia que el universo de la gran cocina mundial, todo se mueve muy deprisa. No se atreve a apostar cuánto durará su mandato. La información se mueve mil veces más rápido que hace 20 años,  “200 bolggers hablan de ti cada día, e igual que te elevan te dejan caer, soy consciente de que este es mi momento y también que se puede desinflar como un soufflé”. No pierde la cabeza, no quiere perderla, está preparado.
Tras el repentino triunfo de Noma en 2010, los nórdicos no tardaron ni un segundo en darse cuenta de la mina de oro que suponía estar entre los mejores de la gastronomía mundial. Tras siglos de poderío culinario francés y décadas de dominio mediterráneo, la corona pasaba al norte, asociadas por el público al modelo nórdico: calidad de vida, sencillez, limpieza, naturalidad, funcionalidad, pureza, frescura, sobriedad, elegancia, respeto por el medio ambiente y armonía con la naturaleza.
El cóctel ha funcionado en Noma, no es una anécdota , una  casualidad, o simplemente una buena práctica, sino un modelo de gestión marca diseño nórdico, muy apropiado para estos momentos difíciles y complejos, que ha permitido a Noruega encontrarse en la cima de la economía mundial con el primer fondo de inversiones de más de 400.000 millones de euros, ser el país con mejor índice en el desarrollo de los derechos humanos, como bien recoge Jesús Rodríguez en su repostaje sobre Noruega: Manual de la buena vida, publicado en El País Semanal, del que tomé las notas que siguen para enriquecer mi argumentación, y que no sabría expresarlo mejor.
Juntos, pero no revueltos. Así son los noruegos. Un pueblo que, más allá de la riqueza que le proporciona el mar, sus bosques y el petróleo, ha basado su éxito económico y social en reconciliar su individualismo, herencia de un pasado de pescadores y campesinos aislados en cabañas de madera y en contacto íntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosuficientes, con el extremo opuesto: con un profundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la confianza en el Estado niñera, que se ocupa sin grietas aparentes del bienestar de sus ciudadanos a través de las más generosas y antidiscriminatorias prestaciones sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educación, salud, pensiones, relaciones laborales y distribución de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.
Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por continuar en esa dirección; está en su ADN; navega por libre, como hace mil años, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, América (aún sin descubrir) y Bizancio. Noruega no ceja. Representa una equilibrada mezcla de capitalismo y colectivismo. De mercado y planificación, idealismo y realismo, neutralidad y afán de influencia, ingenuidad y estrategia. La cuestión es dar para recibir. "Soy generoso con mis impuestos porque el Estado es generoso conmigo". Un contrato entre la comunidad y el individuo que dura hasta la muerte. "Somos ciudadanos libres e iguales en la misma dirección", me dirá un sindicalista. En Noruega tiene más responsabilidad el que más tiene. Y no es difícil saber quién es. La información sobre los ingresos de cada ciudadano es pública a través de Internet.
Noruega camina discreta y sin aspavientos por esa tercera vía que le ha convertido en una potencia silenciosa; un próspero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 años la primera posición en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anecdóticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercará este año al 3%; su deuda soberana es la más sólida del planeta, y tiene una completa paridad de género por ley tanto en el sector público como en el privado.
La iglesia luterana (la oficial en este país) hizo también su aportación a ese cóctel social que hoy se etiqueta como modelo noruego: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabilidad. La comunidad protestante asumía un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una función que después adoptaría el Estado. La ética del trabajo tiene mucho que ver con el milagro noruego. Sus habitantes son profundamente competitivos, trabajan desde jóvenes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colchón del Estado si vienen mal dadas.
Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho dinero, pagar muchos impuestos y gastar mucho (en un país donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impuestos para costear la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos financiaron con sus impuestos tu educación y esos jóvenes pagarán tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la confianza.
Hasta el 23 de diciembre de 1969 Noruega creció gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese día encontraron petróleo. Nadie lo esperaba. Lo llamaron "El regalo de Navidad del 69". Dos años más tarde comenzaba la producción. Los noruegos no sabían nada de petróleo. Aprendieron. La gestión de su riqueza petrolera es considerada un éxito económico y social. En tres décadas, Noruega se ha convertido en un país petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tecnología avanzada y que opera en cuarenta países del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la sociedad.
El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el máximo valor económico del sector en su conjunto en comparación con lo que podría obtener por la simple venta del gas y el petróleo. Nada más descubrir crudo, el Gobierno noruego redactó los diez mandamientos del sector, que decían que el petróleo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendría el control y la gestión de las operaciones; que el país necesitaba crear una industria propia; que el sector debía ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento debía proporcionar a Noruega un papel eminente en política exterior. Los mandamientos se han cumplido.
Noruega podía haberse convertido en un Estado holgazán, corrupto y opaco que sobornara a sus ciudadanos con bajos impuestos para comprar su silencio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estatales en la gestión de los ingresos del oro negro, como había ocurrido en otros países productores, como las monarquías del Golfo, Irán, el Irak de Sadam, la Libia de Gadafi, la Venezuela de Chávez o la Rusia de Putin. Noruega eligió su camino. En cuanto los petrodólares comenzaron a fluir a finales de los ochenta, un Gobierno laborista creó el Fondo Gubernamental de Pensiones (más conocido como Fondo del Petróleo), donde serían depositados los ingresos y beneficios públicos del petróleo para ser invertidos en los mercados de todo el mundo (según un riguroso esquema ético de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nucleares, armamentistas y que emplean a población infantil). Con los beneficios del fondo se pagarían las pensiones de los noruegos cuando el petróleo dejara de fluir. Solo un 4% de los beneficios podría ir cada año a las arcas públicas para equilibrar el presupuesto del Estado. El resto, a la hucha común pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras.
El edificio del Banco de Noruega, el envoltorio de hormigón y cristal que aloja el Fondo del Petróleo, es el más bunkerizado de este país. Enfrente se encuentra el restaurante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en princesa. Es el primer fondo de pensiones público del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compañías y oficinas en Nueva York, Shanghái, Londres y Singapur. “Este fondo es el resultado de una sociedad democrática, abierta y responsable. Pensamos en perspectivas más largas que una legislatura. Esto no es de un partido o de otro". Lo confirma el ministro Johnsen: "El día que el petróleo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo".
Noruega se hizo muy rica. Y comenzó a atraer inmigración. Los noruegos, que habían emigrado históricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la mañana en un país de acogida. Cuando se inició el boom del petróleo había en Noruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este año, en torno al 13%. Primero fueron los nórdicos; luego, los latinoamericanos; más tarde, los balcánicos y centroeuropeos. Los últimos en llegar fueron los paquistaníes, iraquíes, somalíes y afganos. Con sus velos, chilabas, mezquitas y tradiciones. 200.000 personas de religión musulmana viven en Noruega. Necesitan a los inmigrantes como fuerza de trabajo porque su sociedad está cada vez más envejecida y, al mismo tiempo, aunque son igualitaristas, les cuesta aceptar comportamientos distintos.
La llegada del tsunami multicultural iba a tener una consecuencia inmediata en amplios sectores de la clase trabajadora noruega que habían votado tradicionalmente a la izquierda: iban a perder la confianza en el Estado. El resultado fue el rápido crecimiento, a partir de 1997, del  Partido del Progreso, una formación en la que se mezclan el ultraliberalismo con el nacionalismo y la xenofobia y que comenzó a hablar en sus mítines de "una islamización silenciosa de Noruega" a la que "había que poner freno". El Partido del Progreso apostaba por un modelo noruego solo para los noruegos. Una sociedad a dos velocidades. Obtendría en las elecciones de 2009 un 23% de los votos, convirtiéndose en la segunda formación política tras los laboristas. La olla comenzaba a hervir.
Anders Breivik, el asesino del 22 de julio, militó en ese partido. Tras el atentado, el Partido del Progreso perdería 10 puntos en las elecciones locales del pasado mes de septiembre, lo que parece que anticipa su decadencia. En cualquier caso, los líderes de opinión noruegos intentan conjurar la inquietante sombra del Partido del Progreso resaltando con displicencia la fortaleza del sistema noruego y resaltando que el Partido del Progreso "es democrático, y si quiere tener expectativas de gobernar debe estar dentro del sistema y asumir sus responsabilidades". Pero, lo queramos o no, la inmigración es la patata caliente del modelo noruego. Y tendrán que solucionarlo".
Tras rememorar la tragedia, los malos augurios se disipan sumergiéndose en la portentosa naturaleza de Noruega. Los fiordos, los bosques, el mar. Noruega es uno de los últimos territorios vírgenes de Europa, dotado de una belleza salvaje, donde el hombre ha logrado vivir en armonía con su entorno; es un edificio para todos. Ese es el modelo de país.
Salvando las distancias, del norte al sur de Europa, en Gran Canaria, otro discípulo de Ferrand Adrià,  el chef Roberto Torres en sociedad con un reconocido joven emprendedor abre estos días en el CICCA, “La butaca de Ellémore”, abanderado de la nueva cocina canaria, disfrutaremos de los quesos ahumados por los jóvenes volcanes de La Restinga; la parra escondida en la montaña de picón produce una uva que pisada en el lagar se convierte en lava para los malvasías de Timanfaya; los jugos del aloe y la tuneras de Antigua regenera las entrañas  e ilumina la piel quemada por el sol; compiten los bizcochos y suspiros de Moya con las quesadillas y rapaduras de La Palma a la hora de los postres. ¡No has probado aún el pincho de sancocho de cherne! o ¡el pate de chorizo de Teror y la morcilla dulce con almendras de Tejeda! Recordaras los olores a pulpo y calamar pasados por la brasa en el chiringuito de la playa, pinchados con una papa negra arrugada del chicharro  con mojo picón en un palillo de dientes.
Seguro que descubriremos nuevos aromas y sabores de la Macaronesia que configura la esencia de una gastronomía que sabe a vieja jareada con espuma de sal, leche de cabra con gofio, o al bocadillo de pata asada de “cochino negro de Ingenio”. Tan sencilla y a la vez compleja  por la amplia diversidad de la flora y la fauna de las Islas Afortunadas.  Habrá mejores, pero esta es la nuestra, y conservaremos así nuestro amplio patrimonio culinario.
Continuaré proponiendo un modelo canario para las empresas socialmente responsables. Pero primero tengo que reflexionar con ustedes, consensuar y compartir los valores, redactar los mandamientos del credo empresarial y elaborar un ideario común. Agrupados en un clúster de empresas socialmente responsables, seguro que parimos una marca de prestigio, una inesperada oportunidad  para exportar plátanos y atraer turismo escandinavo, o de otras partes.
El modelo basado en las señas de identidad  y las costumbres del pueblo canario será el espejo donde se miren las empresas que deseamos: una isla en un archipiélago del mundo.
¿Como son los canarios? Así serán sus empresas. ¡Afortunadas!
¡Si falla, nos iremos a pasar frio a Noruega!
Las Palmas de Gran Canaria, 1 de noviembre de 2011
Gabriel Navarro Valdivielso

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