Los
hombres ... y las mujeres también por supuesto, son como los bombones, me
gustan todos, pero unos los prefieres más que a otros. En Navidad, cuando todo
es más dulce y los bombones están recién hechos, perfectamente envueltos en
celofán, aparece uno de cara sonrojada, quizás fruto de la cereza bañada en licor que se encuentra en su interior.
No me conformo con uno sólo, puede caer la lata completa y terminar después
medio ebrio y encima empalagado. Al fin y al cabo, este año se acaba y estoy
tan agotado de resistirme a tantas cosas, que la tentación de un MON CHÉRI, hoy se me antoja
irresistible.
Ya
en la resaca, con los remordimientos del peso y los efectos del colesterol, la
subida de la presión me da por pensar en
algo que me haga sentir menos culpable. Tan solo lo lograré sí venzo a mi mayor
enemigo, aquel que un día descubrí mirándome al espejo.
Es
evidente que mi “ego” se ha convertido en una sombra que no me deja ver la luz
directamente, se siente herido con mucha facilidad y al notarlo reacciona con
violencia, culpando al otro o a las circunstancias de la oscuridad. Las cadenas
del “ego” son las más duras y resistentes, porque nos cuesta identificar su
origen, a veces en un indiferente
desprecio, otras un halago mal interpretado. El “ego” solo busca satisfacción,
sin comprender que es la dualidad, ni como se modula, por eso intentaré conocer
los mecanismos sin dejarme embobar por la ilusión ególotra, ya que la
identificación de sus manifestaciones es trabajo para toda una vida.
Lo
cierto es que el “ego” es la causa primaria de los conflictos que ha sufrido la
humanidad en toda su historia, por eso, debemos alejarnos un poco, o elevarnos
un mucho, para observarla y reaccionar ante sus acciones con compasión. Como
escuché de Werner Ulrich, un gran
estudioso de la filosofía iniciática: “el
trabajo implica estudio, implica conocerse a si mismo, implica mojarse en la
vida, implica aprender a perdonar, aprender a ceder, implica entender los
mecanismos que confunden al ser humano a lo largo de la vida, implica entender
las causas de la ansiedad existencial, implica intentar entender los muros
mentales que nos esclavizan, implica intentar sentirnos UNO con todo pues
la energía que nos mueve a todos nosotros
es la misma y proviene de la misma fuente e implica intentar conocer las leyes
universales que rigen el orden y el caos”.
La pequeña palabra "ego" ha tenido varios significados. Para
la escuela freudiana es "el aspecto consciente de la psique que
decide entre los instintos básicos del ello y la moralidad del superyo":
Definición
muy académica para mi gusto. "Consideremos al ego como la idea que cada
uno de nosotros tiene de sí mismo. Es decir, que el ego no constituye mas
que una idea, una ilusión, pero una ilusión que ejerce gran influencia"
En las filosofías
místicas orientales, particularmente en el budismo se considera al yo como una
ilusión. El yo se presenta como un velo de la mente que induce al sujeto a
identificarse con su experiencia provocándole sufrimiento.
Según el profesor Jorge Olguín, a la inmensa mayoría de las
personas no les (nos) interesa "lo que es", sino "cómo se
ven" o, qué calidad de imagen proyecta. Les interesa la imagen más que la
objetividad. Y así, el hombre de la sociedad se lanza a participar en
esa carrera de las apariencias, en el
típico afán de 'quién engaña a quién', de cómo lograr mejor impresión.
Mari Trini, una de mis cantautoras preferidas, me puso en guardia ante el juego
del ego y de las aventuras de los demás cuando ella nos cantaba: “yo no soy esa que pierde esperanzas o se
acobarda ante una borrasca”. Pero igual, yo no soy ese “que te imaginas, tranquilo y sencillo, que un día abandonas y siempre perdona”, o
aquella “paloma blanca que te baila el
agua y que ríe por nada, diciendo si a todo”. ¡Que error!, mi “ego” pretende que el mundo sea
como yo quiero y no como en realidad es. El ego nace con nosotros cuando venimos al mundo. Cuando somos niños, a
través del cariño, del amor, del cuidado, sentimos que somos buenos, valiosos,
que tenemos alguna importancia. Nace un ego, un "centro". Pero este
centro es un centro reflejado. No es nuestro verdadero ser. No sabemos quiénes
somos, simplemente sabemos lo que los otros piensan de nosotros. Y este es el
ego: un reflejo de la opinión de los demás. Seamos atentos con esto, León Tolstoy
pasó de ser un egocéntrico a ser un servidor de Dios, luego de
aprender muchas lecciones y pasar por tribulaciones. Y escribió lo
siguiente: "El
único significado de la vida es servir a la humanidad". Si esto no funciona, coge una mandarina,
pélala, métete un gajito en la boca con el MON
CHÉRI que te he regalado, explótalos con tus dientes, mézclalos con tu
lengua, ¡cuidado! sin salpicar, saboréalo, ahhhhhhh… que maravilla, me sabe diferente, ¡ahora más
jugosa me parece la vida!
Me
cargaré de buenos propósitos para afrontar el año nuevo, con los mejores deseos,
e intentaré al menos cumplirlos, aunque por mi pelo blanco, alguna canita
echaremos al aire.
Las
ideas no se aprehenden bien, con "h", si no se practican de vez en
cuando, bien para sufrirlas o para disfrutarlas, ya que al no usarlas pasan al
rincón del olvido. Nadie es perfecto y si lo fuese no estaría Gabrielando para seguir en el camino,
por eso recuerdo aquello que dijo Mahatma
Gandhi: “Soy dolorosamente consciente
de mi imperfección, en este conocimiento reside toda la fuerza que dispongo,
porque es raro que un ser humano conozca sus limites”.
Mi límite es el “ego” y
me resta libertad, hasta que me libere de la necesidad de ganar, de tener razón,
de ser superior, de tener más, etc. , pero no me privaré en esta ocasión de
decir con buen humor, lo que me recomendó un querido amigo con mayor gracia
ante parecida desesperación:
“Con paciencia y con saliva, el
elefante se la metió a la hormiga”.
Cuanto te echo de menos!
ResponderEliminarAl menos nos vemos por aquí. Gracias.
EliminarEn la filosofía budista la segunda verdad noble dice que el deseo es el origen del sufrimiento. El deseo de ser el mejor, el más listo, el más....es un ejemplo perfecto que ilustra esa enseñanza. Te recomiendo la lectura del libro "las cuatro nobles verdades" de Ajahn Sumdeho.
ResponderEliminarY ten cuidado con el colesterol!
Un abrazo.
Así lo haré.
EliminarJajaja, te has superado... ahora aplícatelo mon papá!!
ResponderEliminarRegálame un bombón.
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