El Hermetismo es la
designación dada a la corriente de pensamiento basada en la enseñanzas de
Hermes Trismegisto, "Hermes Tres
Veces Grande", legendario filósofo egipcio, cuyo nombre está asociado
a una deidad sincrética que combina aspectos del dios griego Hermes y del dios
egipcio Thoth.
Los documentos más importantes atribuidos a Hermes son el Asclepios, la Tabla Esmeralda y el
grupo de textos que fue designado como el Corpus Hermeticum. Las ideas y
conceptos presentados en ellos influyeron profundamente en la Edad Media y en
el Renacimiento occidental, auspiciando la moderna mentalidad científica ,
entre otros, a través de la alquimia, la astrología , la magia o la medicina.
El “mito
de la caverna” descrito en “La República”
de Platón apunta los elementos fundamentales de la situación en la que vive el
hombre, según el pensamiento hermético: la humanidad se halla en lo más
profundo de una caverna, la luz que penetra en ella por su entrada proyecta
sombras fantasmagóricas en sus paredes, y los hombres, hechizados, perciben
tales sombras como la realidad. Sólo cuando alcanzan a comprender interiormente
que esas sombras no son la verdadera realidad sino sólo una proyección de la
misma, pueden liberarse del engaño, salir a la luz y contemplar la realidad en
toda su plenitud verdadera.
El movimiento Rosacruz influido
por el pensamiento hermético, tuvo su origen hace 400 años, en los inicios del
siglo XVII, fruto de la reflexión espiritual de un grupo de eruditos, místicos
y teósofos del sur de Alemania, que concibieron la historia de un personaje,
Cristián Rosacruz, sobre el cual escribieron tres Manifiestos. En ellos, se
invitaba a los sabios y eruditos de Europa a emprender una reforma general del
mundo, por medio de un cristianismo hermético y una investigación más profunda
de las leyes de la naturaleza.
La influencia del
pensamiento Rosacruz en la tradición occidental moderna es extremadamente
notable. Pensadores como Jakob Böhme, Robert Fludd, René Descartes, Francis
Bacon, Juan A. Cormenio, Isaac Newton, Robert Boyle, Gottfried W. Leibniz, Karl
von Eckartshausen o Johann W. Goethe, mantuvieron una orientación humanista
rosacruz.
Los rosacruces estiman que
mediante una mente amplia y limpia, y un corazón grande y noble, el ser humano
es capaz de remontarse no solo sobre sí mismo y obtener el más elevado
conocimiento acerca de quién es, sino también acerca de aquello de que es parte
integrante. Afirman, que podrás preguntar y obtener una respuesta que te satisfaga, a las inevitables
preguntas:
¿De donde venimos? ¿Por qué
estamos aquí? y ¿Hacia donde vamos?
“Dios
es el origen de todas las cosas, su esencia es la eternidad y el mundo es su
materia”, dice Poimandres a Hermes en el segundo libro del Corpus Hermeticum.
Toda la creación proviene de este
impulso espiritual y lo divino se puede encontrar en cada brizna de hierba, en
el aleteo sutil del aire, en el centelleo fugaz de las estrellas. Toda la
naturaleza respira el amor de Dios.
Para el hermetismo, el hombre
verdadero es un ser divino y eterno, emanado del Espíritu Universal, creado por
el Gran Arquitecto y, como tal, poseedor en potencia de todos los atributos de
la divinidad.
En la actualidad, en
diversas áreas de la ciencia, se llega a conclusiones y puntos de vista similares
a los presentados en los preceptos herméticos como basé sólida de conocimiento.
La Masonería, el Martinismo o la Teosofía, por citar sólo algunos ejemplos, se
consideran herederos de su legado. Con el inicio del siglo XX, se asistió a su
resurgimiento de la tradición Rosacruz y muchos movimientos adaptaron esa
designación como emblema de su trabajo.
El pensamiento hermético
huye de la rotundidad, de lo claro y evidente, presentándose discretamente
llena de sombras y matices, en el secreto, en el profundo misterio, para que en
su encuentro se produzca el reconocimiento interior de una sabiduría perdida y
olvidada, oculta en nuestro silencio. El ser humano es el intérprete que
interioriza el universo en su contemplación y articula la palabra, exteriorizándola,
en su recitación.
El silencio, que significa
algo más que la interrupción de los sonidos o el reverso del lenguaje oral,
posee, contradictoriamente, una poderosa dimensión comunicativa y una extraña
capacidad para facilitar la entrada en el mundo del espíritu, el pensamiento y
las artes. Es tanto como el habla, una forma de conocimiento, la llave que
permite introducirse en la complejidad de la conciencia. Desde el silencio
puede analizarse otra perspectiva de la conducta humana, interpretar críticamente
la cultura y explicar de un modo sutil y poco habitual toda construcción
metafísica.
La interpretación es un
ejercicio personal intransferible, un viaje hermenéutico en la revelación que no cabe delegar, aunque
eso sí, un recorrido en que el peregrino sigue los pasos de los profetas.
Fuente documental: Fundación Rosacruz
No hay comentarios:
Publicar un comentario