martes, 9 de abril de 2013

Recuerdos del corazón


Hace tiempo que no hago una mundana cordura, sólo hablo del séptimo cielo o me quedo en la contemplación mística de lo divino, hoy sin embargo, me da la sensación que únicamente escribiré de las simplezas de mi corazón sin importunarme otras cuestiones que me plantea complicadamente la razón. Me dedicaré a leer el libro que me recomendaron, ver la película que me sugirieron, opinar de un artículo guardado, hacer un fantástico viaje, quitar el "polvo" de la estantería, o mejor contar lo que le venga en gana a la memoria por etapas de siete años para buscar así ordenadamente en el disco duro del corazón.


De entrada recuerdo el día que cogí mi primer -y confieso el único- pulpo en una cueva del "peñón" en la playa de Las Canteras, con tan solo siete años, muerto de miedo al pegarse las ventosas de sus largos y fuertes rejos pardos en mis inocentes y sensibles  brazos infantiles. También recuerdo rápidamente aquellas tardes sentados en un banco, como jóvenes "finos", en el parquillo de la plazoleta de Tomás Morales, cuando aún ni siquiera el obelisco era el de la "constitución", esperando a los amigos de la pandilla para hablar de lo mismo de siempre, de las cosas importantes a los catorce años, conformándote únicamente con estar, mirar y soñar. De cuándo terminé mi carrera a los 21, aprobando por curso como sí fuera la EGB, tomándome los güisquis y cubatas en el bar "El Mirador", al lado de la "casa socorro", con los catedráticos y profesores adjuntos que me enseñaban en clase construir estructuras firmes y seguras, ¡vamos que no se cayeran borrachos! Manteniendo siempre la dignidad y la profesionalidad de los técnicos industriales.


Saben que de mi mujer no hablo, porque me ......, aunque aquí debería revivir muchos gratos recuerdos, no en vano y no por el Espíritu Santo, a los 28 años tenía ya a mis tres queridos hijos. ¡A callar, lo guardaré herméticamente en mi corazón!
A los 35 años, sufría por los parados -igual que ahora-, empiezo la aventura empresarial, con dos socios trabajadores más montamos nuestro propio taller de estructuras metálicas, con escasos medios y mucho riesgo, construimos naves industriales de grandes luces, levantamos edificios altos y esbeltos, el olor de la soldadura del acero la tengo metida en el pecho todavía, ¡cuanto aprendí y compartí con ellos!
A los 42 años, lo laboral ocupa todo el tiempo y el espacio, menos mal que el trayecto lo hice cómodamente en guagua y acompañado de extraordinarios compañeros y compañeras de trabajo. Con los 7x7 (49 años) experimente lo que era una enfermedad y perder a los padres, lloraba de dolor, pero sin asustarme por la vida, la sanidad era pública, universal y gratuita. No cambie de opinión hasta  los 56 (7x8), con otras insanas circunstancias, hoy gracias a Dios superadas y de las que no toca este día hablar del corazón como aparato vital sino en su aspecto emocional. 
El futuro a corto serán los 63 (7x9), de pensionista, el vivir de las rentas globales, trabajada y además  considero merecida, gozar el amor de mis familiares, saborear la amistad de los amigos, sin intereses ni dobleces, cuando ya el único propósito a largo plazo será pasar los setenta años para finiquitar la tabla de multiplicar del siete que les acabo de cantar y que aprendí a base de golpes de regla de madera en la escuela de las monjas de la caridad. Mentira, allí nunca me pegaron, fue en la academia  de Dña. Virginia, donde daban a los revoltosos con la regla en la punta de los dedos de la mano y te ponían después de cara a la esquina. Este ejercicio de memoria es una medida preventiva para no caer en el alzeimer del corazón, en otra ocasión será la tabla del cinco para recordar por lustros y luego llegar hasta la de cada año. Espero no cansarme o aburrirlos demasiado.


Lo más reciente también habrá que repasarlo que es lo que se olvida antes según los médicos, así que lo último fue que mi nieto cumplió siete años, yo también siete de vida renovada y mayor conciencia. Lo celebramos pescando los tres  Gabrieles en una escondida y solitaria playa de Fuerteventura, al lado de unas antiguas salinas que hoy restauradas han sido conservadas en un "museo de la sal". Habíamos comprado el día anterior todos los aparejos de pesca, tres cañas, una con carrete y dos especiales para pescar viejas, unas cangrejillas, un calamar y algo para engoar. El día estaba soleado con algo de viento, soportable y lo habitual en la isla majorera; la mar estaba subiendo con fuerte  marejadilla. Aquello no pintaba nada bien, pero las ganas de pescar era incontenible para no echar al menos los esperanzados y anhelados lances.
¡Mi madre, como pican! El agua hervía de peces ¡Tira, tira! Gritábamos asombrados ¿Qué es? Recoge despacio para que no se te escape, (al pobre se le enredó la tanza por la cabeza, logra desmarañarse y nervioso se mueve eufórico al filo de la roca y lo saca alzando el pez  tirando del sedal con sus dos frágiles manos), es un sargo de buen tamaño, le adelanté al verlo brillar  plateado con rayas negras como un agitado prisionero entre las olas al sentirse capturado.
Su primer pez, pescado con su propia y luciente caña; respiró profundamente y se le hinchó el pecho, era consciente a sus siete años que sería un día histórico que recordaría para siempre, en ese momento únicamente deseaba enseñar rápidamente el pescado a su madre y contarle la hazaña; el padre no paraba de grabar en video con su cámara el acontecimiento para dar fe de lo ocurrido, y el abuelo no salía de su asombro, el cual mostraba impulsivamente y con alaridos alababa el éxito de la pesca, al tiempo recordaba entusiasmado lo del pulpo en el peñón.
Envolví en una filmina transparente la única pieza -por su tamaño- permitida para consumirla, y los pequeñines los devolvimos de nuevo al mar. De ida al barco de vuelta a Gran Canaria por la tarde ese mismo día, con la pesca sin hielo en el portabulto de la furgoneta, seguramente, con el paso de las horas y el calor, la pieza se pudriría. Nos paramos antes de embarcar en un restaurante  de "La Pared" que tiene piscinas y toboganes para el entretenimiento de los niños y excelente carta de pescados frescos para el avituallamiento de la tripulación familiar. Le pregunté sin convencimiento al camarero si me podría preparar el sargo que habíamos pescado, por el sistema protocolario ordinario me contestó que lo tenía prohibido y que el dueño no estaba. Insistimos por el capricho y el placer de comer lo que habíamos recién pescado y porque se nos echaría a perder en el largo camino a casa. El  comprensivo camarero se retiró de la mesa indicándonos que sólo compraban el pescado a la cofradía de pescadores, por calidad, y la confianza  en los controles sanitarios. Cuando volvió de la cocina, me dijo que se lo dejará ver. Inmediatamente cogí un plato llano y me fui al coche a por él. Al ver su peso y tamaño, apropiado para una ración, cuestionó el afable camarero: ¿cómo lo quiere frito o a la plancha? Frito por favor, con unas papas arrugadas, es para el niño. Cuando lo trajo y se lo puso delante de la cara  a mi nieto, fue un momento de inmensa felicidad y gratitud, el cual inmortalizamos en nuestros corazones.


¡Sólo dejó las espinas, le chupó hasta la cabeza! Le encanta las papas arrugadas con el mojo verde, y no digo nada el gofio escaldado con una hojita de  hierbahuerto y la cebolla conejera. ¡Con qué ilusión cogió los "burgaos" en el manto de lava de la playa levantando  pesadas piedras volcánicas! La madre y él los guisaron, los sacaron con alfileres, lo embotellaron con vinagre, y yo por la noche con ellos me los comí a gustísimo.    Todo está revuelto en la mente y difícilmente logro  desenredar los pensamientos de los sentimientos, por lo que insistiré y prometo mejorar la redacción en mi próxima tabla de recuerdos triviales de este viejo corazón que no se cansa de latir y de amar. ¡Recuerdos que pican en el alma! 

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