Hace tiempo que no hago una mundana
cordura, sólo hablo del séptimo cielo o me quedo en la contemplación mística de
lo divino, hoy sin embargo, me da la sensación que únicamente escribiré de las
simplezas de mi corazón sin importunarme otras cuestiones que me plantea
complicadamente la razón. Me dedicaré a leer el libro que me recomendaron, ver
la película que me sugirieron, opinar de un artículo guardado, hacer un
fantástico viaje, quitar el "polvo" de la estantería, o mejor contar
lo que le venga en gana a la memoria por etapas de siete años para buscar así
ordenadamente en el disco duro del corazón.
De entrada recuerdo el día
que cogí mi primer -y confieso el único- pulpo en una cueva del
"peñón" en la playa de Las Canteras, con tan solo siete años, muerto
de miedo al pegarse las ventosas de sus largos y fuertes rejos pardos en mis
inocentes y sensibles brazos infantiles.
También recuerdo rápidamente aquellas tardes sentados en un banco, como jóvenes
"finos", en el parquillo de
la plazoleta de Tomás Morales, cuando aún ni siquiera el obelisco era el de la
"constitución", esperando a
los amigos de la pandilla para hablar de lo mismo de siempre, de las cosas
importantes a los catorce años, conformándote únicamente con estar, mirar y
soñar. De cuándo terminé mi carrera a los 21, aprobando por curso como sí fuera
la EGB, tomándome los güisquis y cubatas en el bar "El Mirador", al lado de la "casa socorro", con los catedráticos y profesores adjuntos que
me enseñaban en clase construir estructuras firmes y seguras, ¡vamos que no se
cayeran borrachos! Manteniendo siempre la dignidad y la profesionalidad de los
técnicos industriales.
Saben que de mi mujer no
hablo, porque me ......, aunque aquí debería revivir muchos gratos recuerdos,
no en vano y no por el Espíritu Santo, a los 28 años tenía ya a mis tres
queridos hijos. ¡A callar, lo guardaré herméticamente en mi corazón!
A los 35 años, sufría por
los parados -igual que ahora-, empiezo la aventura empresarial, con dos socios
trabajadores más montamos nuestro propio taller de estructuras metálicas, con
escasos medios y mucho riesgo, construimos naves industriales de grandes luces,
levantamos edificios altos y esbeltos, el olor de la soldadura del acero la
tengo metida en el pecho todavía, ¡cuanto aprendí y compartí con ellos!
A los 42 años, lo laboral
ocupa todo el tiempo y el espacio, menos mal que el trayecto lo hice
cómodamente en guagua y acompañado de extraordinarios compañeros y compañeras
de trabajo. Con los 7x7 (49 años) experimente lo que era una enfermedad y
perder a los padres, lloraba de dolor, pero sin asustarme por la vida, la
sanidad era pública, universal y gratuita. No cambie de opinión hasta los 56 (7x8), con otras insanas
circunstancias, hoy gracias a Dios superadas y de las que no toca este día
hablar del corazón como aparato vital sino en su aspecto emocional.
El futuro a corto serán los
63 (7x9), de pensionista, el vivir de las rentas globales, trabajada y
además considero merecida, gozar el amor
de mis familiares, saborear la amistad de los amigos, sin intereses ni
dobleces, cuando ya el único propósito a largo plazo será pasar los setenta años
para finiquitar la tabla de multiplicar del siete que les acabo de cantar y que
aprendí a base de golpes de regla de madera en la escuela de las monjas de la
caridad. Mentira, allí nunca me pegaron, fue en la academia de Dña. Virginia, donde daban a los
revoltosos con la regla en la punta de los dedos de la mano y te ponían después
de cara a la esquina. Este ejercicio de memoria es una medida preventiva para
no caer en el alzeimer del corazón, en otra ocasión será la tabla del cinco
para recordar por lustros y luego llegar hasta la de cada año. Espero no
cansarme o aburrirlos demasiado.
Lo más reciente también
habrá que repasarlo que es lo que se olvida antes según los médicos, así que lo
último fue que mi nieto cumplió siete años, yo también siete de vida renovada y
mayor conciencia. Lo celebramos pescando los tres Gabrieles en una escondida y solitaria playa
de Fuerteventura, al lado de unas antiguas salinas que hoy restauradas han sido
conservadas en un "museo de la sal".
Habíamos comprado el día anterior todos los aparejos de pesca, tres cañas, una
con carrete y dos especiales para pescar viejas, unas cangrejillas, un calamar
y algo para engoar. El día estaba soleado con algo de viento, soportable y lo
habitual en la isla majorera; la mar estaba subiendo con fuerte marejadilla. Aquello no pintaba nada bien,
pero las ganas de pescar era incontenible para no echar al menos los
esperanzados y anhelados lances.
¡Mi madre, como pican! El
agua hervía de peces ¡Tira, tira! Gritábamos asombrados ¿Qué es? Recoge
despacio para que no se te escape, (al pobre se le enredó la tanza por la
cabeza, logra desmarañarse y nervioso se mueve eufórico al filo de la roca y lo
saca alzando el pez tirando del sedal
con sus dos frágiles manos), es un sargo de buen tamaño, le adelanté al verlo
brillar plateado con rayas negras como
un agitado prisionero entre las olas al sentirse capturado.
Su primer pez, pescado con
su propia y luciente caña; respiró profundamente y se le hinchó el pecho, era
consciente a sus siete años que sería un día histórico que recordaría para
siempre, en ese momento únicamente deseaba enseñar rápidamente el pescado a su
madre y contarle la hazaña; el padre no paraba de grabar en video con su cámara
el acontecimiento para dar fe de lo ocurrido, y el abuelo no salía de su
asombro, el cual mostraba impulsivamente y con alaridos alababa el éxito de la
pesca, al tiempo recordaba entusiasmado lo del pulpo en el peñón.
Envolví en una filmina
transparente la única pieza -por su tamaño- permitida para consumirla, y los
pequeñines los devolvimos de nuevo al mar. De ida al barco de vuelta a Gran
Canaria por la tarde ese mismo día, con la pesca sin hielo en el portabulto de
la furgoneta, seguramente, con el paso de las horas y el calor, la pieza se
pudriría. Nos paramos antes de embarcar en un restaurante de "La
Pared" que tiene piscinas y toboganes para el entretenimiento de los
niños y excelente carta de pescados frescos para el avituallamiento de la
tripulación familiar. Le pregunté sin convencimiento al camarero si me podría
preparar el sargo que habíamos pescado, por el sistema protocolario ordinario
me contestó que lo tenía prohibido y que el dueño no estaba. Insistimos por el
capricho y el placer de comer lo que habíamos recién pescado y porque se nos
echaría a perder en el largo camino a casa. El
comprensivo camarero se retiró de la mesa indicándonos que sólo compraban
el pescado a la cofradía de pescadores, por calidad, y la confianza en los controles sanitarios. Cuando volvió de
la cocina, me dijo que se lo dejará ver. Inmediatamente cogí un plato llano y
me fui al coche a por él. Al ver su peso y tamaño, apropiado para una ración,
cuestionó el afable camarero: ¿cómo lo quiere frito o a la plancha? Frito por
favor, con unas papas arrugadas, es para el niño. Cuando lo trajo y se lo puso
delante de la cara a mi nieto, fue un
momento de inmensa felicidad y gratitud, el cual inmortalizamos en nuestros corazones.
¡Sólo dejó las espinas, le
chupó hasta la cabeza! Le encanta las papas arrugadas con el mojo verde, y no
digo nada el gofio escaldado con una hojita de
hierbahuerto y la cebolla conejera. ¡Con qué ilusión cogió los "burgaos" en el manto de lava de la playa levantando pesadas piedras volcánicas! La madre y él los guisaron, los sacaron con alfileres, lo embotellaron con vinagre, y yo por la noche con ellos me los comí a gustísimo. Todo está revuelto en la mente y difícilmente
logro desenredar los pensamientos de los
sentimientos, por lo que insistiré y prometo mejorar la redacción en mi próxima
tabla de recuerdos triviales de este viejo corazón que no se cansa de latir y
de amar. ¡Recuerdos que pican en el alma!
Es bueno reinventarse...me gustan esos recuerdos septenarios...
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